En verdad, en verdad os digo que eran tiempos de gran confusión.
Habitaban en las aulas toda clase de gentes y razas, y oíanse
en ellas todas las lenguas. Y mientras unos decían que era
una bendición de los cielos, otros que era una enorme desgracia.
Y mientras aquí se mandaba repartir esta riqueza y distribuirla
por todos los centros, allá se prohibía hacerlo. De manera
que mientras ésta (la pública) tenía setenta veces siete,
la otra (la concertada) escasamente llegaba a la docena. Síndicos,
consejeros y ediles mostraban sus desacuerdos y convocaban
sanedrines, concilios y comisiones asesoras que redactaban
sendos informes. No es que no hubiese normas establecidas,
sino que, al parecer, de poco servían, o mal se interpretaban,
o se habían olvidado las antiguas leyes: "No maltratarás al
extranjero, ni le oprimirás" (Éxodo, 22, 20); "Todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos" (Declaración
Universal de los Derechos Humanos, art. 1); "Corresponde a
los poderes públicos promover las condiciones para que la
libertad y la igualdad de los individuos sea real y efectiva"
(Constitución Española, art. 9.2), etc. Quizás por todo ello,
a causa de esta gran confusión y algarabía (véase el sentido
etimológico de este último término), el día tercero del segundo
mes del noveno año después de la promulgación de la LOGSE
fue cuando ella tuvo aquel sueño extraordinario.
Un sueño en colores y gran resolución
Y en su sueño no aparecían truenos ni relámpagos, ni una densa
nube sobre la montaña del Sinaí, ni un sonido muy fuerte de
trompetas. Y ni siquiera una zarza ardiente le dirigió la
palabra. Soñó -eso sí, en colores y con gran resolución y
nitidez- que ponía en marcha su ordenador y su módem externo
y que recibía el siguiente texto por correo electrónico:
I.- Educarás en la convicción de la igualdad humana y contra
todo tipo de exclusión. Empecemos por el principio. El
problema educativo que plantea el racismo y la exclusión social
no reside (ni única ni principalmente) en cómo aumentar la
tolerancia ante la diversidad cultural, sino en cómo dejar
de utilizar dicha diversidad como pretexto para (y legitimación
de) la exclusión social. Por lo tanto, el objetivo irrenunciable
y definitorio de la educación intercultural no ha de ser el
respeto a la diversidad o el culto a la tolerancia, sino la
convicción de que somos más iguales que diferentes, con todas
las consecuencias que de este principio se derivan. Y esto
supone un gran reto educativo, ya que si la diversidad es
tan evidente que solamente hay que acercarse a ella con curiosidad
y respeto para descubrirla, la igualdad no lo es tanto, sino
que es el fruto de un convencimiento moral; y educar en este
convencimiento y los valores y actitudes que a él van asociados
es una tarea mucho más difícil.
Una tarea que, por otra parte, para que pueda realizarse en
las aulas debe empezar fuera de ellas. Y en este sentido:
Es cierto que la resolución de los problemas de racismo y
de convivencia social es una responsabilidad educativa, pero
no exclusivamente, y mucho menos estrictamente escolar. Ante
todo, los que tienen el poder económico y político han de
querer y han de hacer posible que se pueda educar a ciudadanas
y ciudadanos libres, dignos, críticos y solidarios.
Además, esta voluntad debe poder visualizarse en sus actuaciones
y en sus presupuestos económicos, y no sólo escucharse en
sus discursos. Si no se ponen las voluntades y los medios
necesarios, no es lícito seguir responsabilizando de los problemas
de convivencia social a los centros educativos. Además, urge
el lanzamiento de campañas impactantes en los medios de mayor
audiencia para cambiarlas actitudes poco cívicas dominantes.
Es preciso convencer a todos de que la ciudadanía consiste
en estar dispuesto a poner los intereses de la comunidad por
delante a los personales cuando ello sea necesario y posible,
y que además el ejercicio de esta ciudadanía es indispensable
si queremos mantener la paz social y el bienestar. Se debe
explicar de forma inequívoca y contundente la conveniencia
y la necesidad de las discriminaciones positivas (mientras
persistan las negativas, que son las que hay que eliminar)
para conseguir una sociedad justa con verdaderas oportunidades
para la igualdad.
II. Respetarás a todas las personas, pero no necesariamente
todas sus costumbres o sus actuaciones.
Cualquier propuesta de educación intercultural debe definir
de manera unívoca y explícita qué entiende por integración.
Y no se debe cometer el error de tomar la parte por el todo,
como suele suceder, cuando esta integración se refiere única
y exlusivamente a los aspectos culturales y no se tienen en
cuenta las interacciones entre las dimensiones cultural, política,
económica y social.
La integración de los inmigrantes extracomunitarios y de los
grupos minoritarios se confunde demasiado a menudo con su
obligación de adaptarse. Pero esta adaptación no deben realizarla
sólo estos grupos; todos debemos adaptarnos a esta nueva situación,
y los del grupo mayoritario tenemos además la obligación de
crear las condiciones que posibiliten esta adaptación, ya
que somos los que detentamos el poder.
La adaptación es necesaria, pero no debe suponer la sumisión
incondicional de los más débiles. Esta confusión entre integración
igual a sumisión está muy generalizada, e influye poderosamente
en la construcción de la ideología y de las actitudes y valores
que se transmiten en las escuelas. No puede haber integración
social sin respeto mutuo.
La integración hay que ganarla día a día, con el ejercicio,
por parte de todos, de la solidaridad y la voluntad de negociación,
luchando contra toda forma de exclusión y a favor de una verdadera
igualdad de oportunidades y de derechos cívicos y políticos.
Se trata de una forma de liberación colectiva de los mecanismos
de exclusión vigentes que nos implica a todos, excluyentes
y excluidos, en el sentido de que pone de manifiesto la conocida
sentencia: "Mientras exista un solo esclavo, nadie puede sentirse
libre".
Se trata, pues, de crear conjuntamente un nuevo espacio social,
ahora todavía inexistente, que estará regido por unas nuevas
normas nacidas de la negociación y de la creatividad conjunta.
Integración, creatividad y negociación son conceptos inseparables.
La enseñanza-aprendizaje de esta convivencia, de esta negociación,
de esta creatividad debe ser el corpus fundamental de la educación
cívica intercultural y antirracista.
III. No confundirás la interculturalidad con el folklorismo.
El respeto a las personas y la educación intercultural y antirracista
no deberían considerarse incompatibles con una educación crítica
con respecto a las manifestaciones culturales, las costumbres
o las tradiciones tanto propias (empezando por estas últimas)
como ajenas. No se debe valorar nunca los productos culturales
por encima de sus productores. Y si es cierto que hay que
hacer visible la aceptación y el respeto al otro, a su libertad
y a muchas de sus costumbres y convicciones, debería hacerse,
como ya se ha dicho, enfatizando más lo que nos asemeja que
aquello que nos distingue. Y deberíamos perseverar en la manifestación
de este reconocimiento, poniendo como único límite a esta
actitud de apertura y diálogo las agresiones a las personas
y a las normas fundamentales de convivencia, que habrá que
hacer prevalecer y acatar por parte de todos mientras no existan
otras nuevas, ya que el compromiso intercultural, si es sincero,
obliga también a estar dispuestos a revisarlas y renegociarlas
si fuera preciso, en función del nuevo contexto multicultural.Quizás
no se lo propone, pero aquella pedagogía intercultural que
se construye sólo con lentejuelas, musiquillas, exotismo,
faralaes y cuscús contribuye decididamente a esconder, a enmascarar,
el conjunto de relaciones conflictivas, reales, de poder y
marginación, de dominación y de sumisión existentes entre
los miembros del grupo mayoritario y los de las minorías.
Así, la gestión de estos conflictos no se aborda, sino que
se sustituye por un simulacro de relaciones interculturales,
consistente en el mejor de los casos en un intercambio de
elementos folklóricos descontextualizados, momificados, vacíos
de referentes y de sentido, incapaz de construir la deseada
integración social, cuando no supone un obstáculo para ella.
Pero no debe deducirse de los puntos anteriores una negativa
a la enseñanza de las lenguas y culturas de origen. Urge dar
a la lengua árabe, por ejemplo, un tratamiento normalizado
en los currículos escolares. Es preciso introducir el árabe
en los centros educativos no sólo, como se hace en ocasiones
-de manera un tanto vergonzante-, en horario extraescolar,
sino en el currículo ordinario, como una primera o segunda
lengua extranjera, con créditos variables especí-ficos para
la Educación Secundaria, y brindar facilidades a los alumnos
que dominan esta lengua para que puedan obtener la titulación
adecuada en las escuelas oficiales de idiomas.
¿Cómo podemos seguir desperdiciando este capital cultural
y esta magnífica ocasión de mejorar la significatividad de
nuestros currículos para estos alumnos? Y aunque sólo fuera
desde el punto de vista legal: ¿cómo puede mantenerse la dilación
actual en la aplicación de convenios internacionales que nos
obligan a facilitar los aprendizajes de las lenguas maternas
de los alumnos inmigrados?
IV. Facilitarás una construcción identitaria libre y responsable.
Aunque todavía hay quien se empecine en creer que existe una
sola manera de ser, por ejemplo, un buen catalán, y que el
objetivo del sistema educativo es conseguirlo, de hecho estos
esencialismos son cada vez más anacrónicos. Debería dejar
de definirse al buen catalán por el hecho de alcanzar niveles
de excelencia en aquellos contenidos culturales que le diferencian
de los no catalanes. En todo caso, será un buen catalán aquel
que alcanza la excelencia en los valores transculturales que
le asemejan a cualquier otro ser humano. Así, el mejor catalán
será el catalán más cívico, más solidario, más justo y generoso...
de entre todos aquellos que étnicamente se autodefinen como
catalanes. Aquí y ahora, el hecho de ser un buen catalán debería
ser compatible con el de ser musulmán, haber nacido en Argentina,
no ser nacionalista o, incluso (¡sacrilegio!), con no hablar
catalán. Si de lo que se trata es de conseguir la integración
social, ninguno de ellos debería ser considerado por estas
circunstancias un catalán de segunda clase. Ciertamente, según
como se lleve a cabo la enseñanza de las lenguas y culturas
de origen, estaremos haciendo el juego, sin proponérnoslo,
al racismo diferencialista. Pero, en el fondo, este riesgo
no depende tanto de lo que se enseña, sino de la manera en
qué se enseña y de por qué se enseña. Creemos que la enseñanza
de las lenguas y culturas maternas debe llevarse a cabo para
mejorar la autoestima de los alumnos, su motivación y la significatividad
de su escolarización, para buscar puntos de contacto entre
el universo y la cultura familiar y la escolar... Y no por
ningún redentorismo o esencialismo identitario. Las lenguas
y las culturas deben estar siempre al servicio de las necesidades
de las personas, y no al revés.
Otro de los objetivos de la educación intercultural debe ser,
pues, el facilitar a todos los alumnos las herramientas más
adecuadas y el acompañamiento personalizado necesario para
realizar una construcción identitaria crítica, libre y responsable,
que se prolongará a lo largo de toda su vida.
V. Tomarás los aprendizajes como medios al servicio de
los fines educativos
Olvidamos con frecuencia que el objetivo irrenunciable del
período de escolarización obligatoria es el de formar ciudadanos.
Un ciclo de enseñanza obligatorio no puede exigir niveles
mínimos iguales para todos, puesto que la diversidad de capacidades
de cada uno de los alumnos no lo permite. Es deseable que
se alcance el máximo nivel posible, pero siempre a partir
de las potencialidades individuales.
Pero si las capacidades de los alumnos y alumnas son distintas,
diferentes y desiguales, no debe olvidarse que su condición
de futuros ciudadanos y ciudadanas es igual para todos, y
todos deben recibir la educación precisa para que esta igualdad
sea posible y pueda ejercerse plenamente, lo cual incluye,
naturalmente, un dominio básico de las herramientas de comunicación
y de relación con los demás.
Por todo ello, y desde el convencimiento de que la educación
obligatoria debe ser, ante todo, una escuela de ciudadanía,
es por lo que afirmamos que los procesos y actividades de
enseñanza-aprendizaje no deben constituir nunca, en la educación
pública obligatoria, fines en sí mismos, sino medios al servicio
de los fines educativos y socializadores. Pero para que esta
revolución copernicana sea posible es indispensable que se
realice en todos los niveles educativos obligatorios, y de
manera especial en las pruebas de acceso a los estudios postobligatorios.
VI. Te esforzarás para que todas las actividades de aprendizaje
sean significativas para todos, especialmente para los alumnos
de los grupos minoritarios.
Con la Reforma educativa nos hemos habituado, por lo menos
en teoría, a preocuparnos de aspectos como la comprensividad,
la zona de desarrollo próximo de nuestros alumnos, o la significatividad
de la escolarización y de los aprendizajes. Pero, a la vista
de su uso, da la impresión de que estos conceptos sólo son
aplicables a los alumnos y alumnas autóctonos. ¿Nos interrogamos
sobre cuál es la zona de desarrollo próximo de una adolescente
marroquí que acaba de llegar de Nador a nuestro centro? ¿O
si es significativo para aquel alumno gitano nuestro currículo
de Ciencias Sociales?
Sabemos que los aprendizajes resultan muy deficientes, o ni
siquiera se realizan, si el clima en el que se llevan a término
no es facilitador de los mismos; si el alumno no se siente
reconocido y aceptado en su diversidad; si su pertenencia
étnica, cultural y religiosa la vive de manera vergonzante;
si percibe claramente expectativas desfavorables en relación
a su éxito escolar por parte de los profesores; si no consigue
relacionar estos aprendizajes con vínculos socioafectivos
que le permitan valorarse al sentirse, a su vez, valorado,
etc.
¿Qué interés, qué significatividad puede tener para un alumno
marroquí, por ejemplo, aprender catalán si para ello se le
separa de sus compañeros catalanes, se le encierra prácticamente
toda la jornada escolar en un aula sólo con otros niños y
niñas marroquíes, con un profesor que no entiende su lengua,
mientras, además y por su cuenta, está desarrollando paralelamente
en la calle una competencia comunicativa en castellano para
desenvolverse en su vida cotidiana? ¿No sería mucho mejor
que compartiese el máximo número posible de horas de clase
con alumnos catalanohablantes para que este aprendizaje fuera
un poco más significativo (y necesario) para él?
VII. No caerás en la tentación de las agrupaciones homogéneas
de alumnos.
En algunos centros, mucho más en Secundaria que en Primaria,
se reparte a los alumnos de los grupos paralelos de un mismo
curso en función de criterios de homogeneización (rendimiento
escolar, comportamiento...). Las razones para hacerlo suelen
insistir en que así los profesores pueden dar más cómodamente
sus clases, sin interferencias de los alumnos menos dóciles
o menos brillantes, para subir al máximo posible el nivel
de conocimientos de los alumnos mejores. En ocasiones, la
presión de la selectividad en los estudios posteriores sirve
de coartada para estas prácticas. La literatura pedagógica
rebosa de experiencias en las que se da cuenta de cómo los
grupos homogéneos empeoran significativamente el rendimiento
de los alumnos de los grupos menos dotados o con mayores dificultades,
aumentando además la agresividad y la conflictividad en los
centros. Por ello deberían penalizarse más contundentemente
estos hábitos que atentan directamente contra la igualdad
de oportunidades, facilitando al mismo tiempo los recursos
y estrategias necesarios para no tener que recurrir a ellos.
Otro encapsulamiento que debe evitarse a toda costa es el
que se ha denominado "concentraciones artificiales". Es decir:
la concentración en un centro educativo de alumnos de grupos
culturalmente minoritarios, en una proporción mucho mayor
a la de los residentes de estos mismos grupos en el barrio
o en la zona de matriculación de aquel centro. Este fenómeno
se produce en unas escuelas determinadas, casi siempre a causa
de la huida hacia la privada concertada de los hijos de las
familias autóctonas residentes en la zona. Se trata de procesos
de guetización que algunos municipios han intentado solucionar
repartiendo a los niños de los grupos minoritarios por las
diferentes escuelas de la ciudad.
Creemos que, en esta ocasión, con el procedimiento de repartir
los niños y niñas de los grupos minoritarios se ha confundido
una vez más el síntoma con la enfermedad. El problema no es
la concentración de unos niños determinados. Esto no es más
que la manifestación de otros problemas. Si alguna cosa cabe
repartir mejor son los recursos. Y en todo caso, antes que
repartir a los alumnos de los grupos minoritarios deberían
resituarse aquellos del grupo mayoritario que no están donde
debieran estar. El pretendido derecho de los padres a elegir
el centro educativo de sus hijos es una falacia sin ningún
fundamento legal. Existe, ciertamente, el derecho de los padres
a elegir una educación distinta a la que ofrece la escuela
pública, pero no a elegir entre distintos centros financiados
con fondos públicos.
VIII. No colaborarás en la creación ni en la consolidación
de servicios étnicos.
Desde hace un tiempo, más por iniciativa de las Administraciones
que de los propios interesados, todo hay que decirlo, ha empezado
a aparecer en el escenario del trabajo socioeducativo la figura
del mediador cultural.
Conviene analizar el concepto de integración (o de sumisión)
implícito en el discurso de las Administraciones que promueven
y contratan estos servicios. Valorar su conveniencia e idoneidad
para promover aquella integración basada en el respeto, la
igualdad y el rechazo de cualquier tipo de exclusión. Debemos
preguntarnos: ¿Por qué y para qué se necesitan realmente estos
mediadores? ¿Al servicio de quién están realmente? ¿Quién
los necesita? ¿Cómo se eligen, quién lo hace y con qué criterios?
¿Facilitan o dificultan, a medio plazo, la relación directa
servicio-usuario? ¿Cómo afecta esta figura a las relaciones
internas y los equilibrios de poder en el grupo minoritario?...
Existen otras alternativas a la figura del mediador cultural,
que debería ejercer su función siempre como un último recurso,
cuando no existiesen otras soluciones más espontáneas (familiares,
amigos, vecinos que solidariamente se ofrecen para servir
de traductores, líderes asociativos de los grupos minoritarios,
etc.). Además, muy a menudo los propios interesados prefieren
optar por estas soluciones por razones de respeto a la propia
intimidad. No hay que sucumbir al recurso aparentemente fácil
de los mediadores, ni a la creación de otros servicios étnicos.
Si todos somos iguales, todos debemos poder tener acceso directo
a los servicios públicos, sin intermediarios. Además de aceptar
a los líderes democráticos de sus colectivos y asociaciones,
hay que promover, tanto a nivel de recursos como de normativa,
que los miembros de las comunidades minoritarias formen parte
de los equipos de trabajo social y de los claustros escolares.
Quizás en un primer momento mediante la creación de la figura
del educador auxiliar, pero avanzando hacia la cualificación
y la profesionalización de miembros de las distintas minorías,
facilitando la convalidación de estudios realizados en otros
países.
Según la sociolingüística, para que se produzca un contexto
de aprendizaje de inmersión lingüística es indispensable que
el profesor comprenda la lengua materna de los alumnos. Si
no es así, el contexto de aprendizaje es de submersión lingüística,
de efectos sociolingüísticos muy indeseables. Desde pequeños
y a lo largo de toda la escolarización obligatoria se conseguiría
así también algo muy importante: que los niños vean en las
escuelas, en las aulas, adultos, modelos de conducta y profesores
de sus grupos étnicos y culturales. Esto no solamente representaría
un beneficio directo en la construcción de su autoestima y
su socialización, sino que se facilitaría la resolución de
los problemas y carencias actuales, que intentan resolverse
artificialmente a través de mediadores.
IX. Evitarás los juicios temerarios sobre las familias de
los alumnos.
Es difícilmente tolerable para un maestro o para un trabajador
social la angustia derivada de tener que trabajar con miembros
de un colectivo del cual se desconoce casi todo. A partir
de rumores y de generalizaciones, o partir de conclusiones
e interpretaciones erróneas de determinados comportamientos
de los miembros de estos grupos (erróneas por precipitadas,
sesgadas y etnocéntricas, por estar realizadas bajo el influjo
de los estereotipos sociales sobre estos grupos), el maestro
o el trabajador social se monta a menudo la película sobre
cómo son, qué piensan y cuáles son las razones de los comportamientos
extraños de estos desconocidos.
Los teóricos de la comunicación intercultural nos advierten,
además, de la extraordinaria fuerza de estas hipótesis espúreas,
que se enquistan de manera inamovible en nuestros sistemas
cognitivos y valorativos, de manera que no se cuestiona su
validez, aunque la realidad nos vaya presentando a posteriori
una y otra vez casos concretos que no concuerdan con aquella
hipótesis. Una vez tras otra estos casos concretos son percibidos
y valorados como excepciones que confirman la regla.
Para el educador intercultural es siempre preferible -aunque
más incómodo- que asuma su ignorancia. Es más fácil aprender
que deconstruir aprendizajes anteriores para poder aprender
de nuevo. Es muy conveniente que los educadores y educadoras
se informen, por ejemplo, sobre el concepto del espacio y
del tiempo en otras culturas, sobre el concepto del honor
y tantas otras cosas. Sin duda ello, les permitirá entender
el porqué de algunos comportamientos de las familias de sus
alumnos que hasta ahora o no comprendían o interpretaban erróneamente.
Pero les será de mucha más utilidad todavía contrastar lo
que se aprende en los libros con su contacto con la realidad,
bajar de su torre pedagógica de marfil y pasear algún día
por entre las calles en las que residen sus alumnos, tomar
un café en uno de los bares que frecuentan sus padres, entrar
en conversación informal con ellos, aceptar incluso la invitación
de alguno a visitar su casa... Y, por encima de todo, no se
debería olvidar nunca, nunca, que la diversidad intragrupal
puede ser más acentuada y significativa que la diversidad
intergrupal.
X. Reconocerás tu ignorancia, tus prejuicios y tus estereotipos,
y la necesidad de una formación permanente específica.
Por las razones expuestas en el punto anterior, no debe extrañar
que nos parezca indispensable que, antes de iniciar un proyecto
de educación cívica intercultural y antirracista en un centro
educativo (o simultáneamente), la mayor parte de los miembros
del claustro reflexionen (si es posible colectivamente) acerca
de cuatro condiciones previas sin las cuales no se puede hablar
propiamente de educación intercultural:
La primera se refiere a la necesidad de tomar conciencia y
reconocer probablemente la existencia, también en nosotros
mismos, de actitudes excluyentes y discriminatorias injustificables
con respecto a los miembros de determinados colectivos.
La segunda sería darse cuenta de la trascendencia de estas
actitudes excluyentes y segregadoras en la producción, el
mantenimiento y la reproducción de las injustas estructuras
de estratificación social vigentes.
La tercera consiste en identificar los supuestos, mecanismos
y procesos mediante los cuales se pretende explicar, justificar
y legitimar aquellas actitudes excluyentes y desigualdades
sociales precisamente en base a la diversidad cultural, haciendo,
en definitiva, a los marginados responsables de su marginación
por el hecho de empecinarse, con insólita e incomprensible
tozudez, en seguir perteneciendo a culturas desadaptadas,predemocráticas,
descontextualizadas, etc.
Y, por último, esforzarnos por cambiar aquellas actitudes
generadoras (o cómplices) de los procesos de exclusión por
actitudes de compromiso e implicación personal, mediante el
reconocimiento cotidiano de la igualdad de hecho y de derecho
de todos los seres humanos, capaz de romper las injustas estratificaciones
sociales actuales que condenan a la miseria, ya antes de nacer,
a la mayor parte de muchos de nuestros conciudadanos, e intentando
una tarea nada fácil: mejorar día a día la coherencia entre
nuestras convicciones y nuestras actuaciones. Esta formación
permanente debe facilitar, ciertamente, información sobre
las características culturales de estos colectivos minoritarios,
sobre estrategias didácticas y recursos educativos. Pero para
que una educación cívica, intercultural y antirracista sea
posible es indispensable que muchos educadores estén dispuestos
a entrar en un proceso de formación y quizás también de transformación
personal, para aumentar así el número de los que ya llevan
tiempo luchando (a veces en solitario, sin medios y sin ningún
reconocimiento) a favor de la diversidad y contra todo tipo
de racismo, segregación o legitimación de la injusticia.
Y despertó.
Se despertó, justo en aquel momento y con un cierto sobresalto.
El sueño había sido tan vívido que no parecía un sueño, y
tan intenso que no oyó el despertador. Con el riesgo de llegar
tarde al instituto, tomó su ducha a toda velocidad, se vistió
y renunció al maquillaje y al café de cada día. Estaba recogiendo
apresuradamente las fichas de catalán que había preparado
la noche anterior para sus alumnos marroquíes cuando se dio
cuenta: allí, en la bandeja de salida de la impresora, había
unos folios encabezados por este título: Decálogo para una
educación cívica intercultural emancipadora.
Francesc Carbonell i Paris
Maestro y pedagogo
Cuadernos de Pedagogía
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