En una aproximación cívico-ética a la problemática dimanada
del País Vasco, sin ánimo de abarcar todas las dimensiones
que suscita, queremos subrayar elementos que a nuestro juicio
son fundamentales para interpretar no sólo el camino del terror,
destrucción y violencia que construye Eta, sino el incomprensible
apoyo de algunos sectores de la sociedad vasca a unos fines
y a unos métodos criminales que tienen precedentes históricos
en los episodios totalitarios y genocidas más dramáticos de
la historia de la humanidad.
La dinámica peligrosa y cruel de la intolerancia estriba en
que se sabe dónde empieza y no sabemos hasta dónde puede llegar.
Alimentada por prejuicios y dogmas que implican superioridad
o aseveraciones incuestionables sostenidas como verdades históricas
por encima de las opiniones de los ciudadanos, la dinámica
infernal de la intolerania comienza con la estigmatización
del otro, la difamación, marginación, privación de derechos
y discriminación de su condición de ciudadano, y culmina en
el ataque físico, la agresión, el asesinato, la matanza y
el exterminio.
El problema no se reduce a que unos dirigentes políticos del
nacionalismo digan que los vascos tienen RH (-), o que nieguen
que "los inmigrantes" (ciudadanos nacidos en otros lugares
de España) tengan el mismo derecho que los nativos a votar
sobre el destino del País Vasco, o que sigan manteniendo tesis
de Sabino Arana que sostiene que "en pueblos tan degenerados
como el maketo o maketizado, resulta el sufragio universal
un verdadero crimen, un suicidio", o que "la violencia va
con el carácter de los vascos", entre otras lindezas etnorracistas;
si éste fuera el problema hablaríamos de anacronismos, excentricidades,
racismos..., de algunos que han perdido el juicio..., el problema
es que unos cuantos miles de ciudadanos vascos así lo piensan
y que el factor educativo, cultural o social no está ayudando
lo suficiente para sanar una enfermedad moral grave, ni está
aportando elementos que permitan construir la identidad vasca
sin la metástasis de la intolerancia que tiene el nacionalismo
excluyente, totalitario y etnófobo el mayor peligro para la
convivencia democrática de la ciudadanía.
La historia ha demostrado y conviene releerla, que actitudes
tibias en la defensa de las libertades y actuaciones parciales
o no integrales en la respuesta a fenómenos similares, han
dado paso a escenarios que han desencadenado horrores que
la humanidad debiera haber evitado. La ignorancia, el miedo,
la mentira, la impunidad y la indiferencia han sido siempre
los compañeros de viaje de la intolerancia criminal.
EUSKONAZISMO
Uno de los graves errores al abordar la reflexión sobre el
nazismo ha sido utilizarlo como un referente del pasado, eludiendo
el problema de su posible actualidad bajo formas nuevas en
países diferentes y contextos socio-históricos distintos.
Desgraciadamente el horror del nazismo no hay que circunscribirlo
al pasado de la Alemania nazi, ha tenido otras expresiones
contemporáneas en el fascismo, el estalinismo o las dictaduras
genocidas de Pol-Pot, Chile, Argentina o recientemente en
los Balcanes, por significar algunos dramas históricos. Un
horror fundamentado en una lógica cuyas raíces hay que buscarlas
en estratos muy hondos de la condición humana, donde el rechazo
fóbico del diferente (heterofobia) y la salvación de la identidad
propia (victimismo y etnocentrismo), convergen con el placer
psicótico de la muerte (muerte higiénica) que se ejerce sobre
el otro.
Precisamente la identidad del militante nazi se construía
en esencia reafirmándose frente al otro en una dinámica criminal
de intolerancia (hacerlo callar -alejarlo- exterminarlo) que
previamente había sido alimentada por actitudes, conductas
y manifestaciones que perjudican a personas o grupos determinados,
no sólo dificultando unas relaciones cívicas, sino violentando
la dignidad y derechos universales inherentes a la condición
humana. Lo sustancialmente característico de todas esas manifestaciones
o actitudes que alimentan una intolerancia que puede devenir
en criminal o genocida, consiste en negar el valor superior
de la persona, interpretar permanentemente la propia identidad
enfrentada a la de los demás y encontrar su afirmación en
la negación del otro.
El drama cotidiano de personas con una orientación ideológica
no nacionalista al tener que soportar prácticas que van desde
estigmatizar a ciudadanos, marcar sus casas y comercios, poner
su nombre con dianas, presionar a los vecinos contra ellos,
propiciar el establecimiento del DNI vasco, definir quién
es y quién no por encima de la condición ciudadana, vivir
en una permanente "noche de cristales rotos", ejercer la fobia
contra los "españoles", promover el orgullo y el odio racial,
sólo puede ser considerado como manifestaciones de una actuación
que persigue la limpieza étnica.
De igual manera, hechos como atacar centros sociales, quemar
viviendas y arrasar el mobiliario urbano, atentar contra librerías
y autobuses, secuestrar y asesinar a servidores públicos,
opositores políticos y a simples ciudadanos, explosionar bombas
en ciudades y carreteras, realizar crímenes indiscriminadamente
y aterrorizar a las poblaciones..., son prácticas, no simplemente
de terrorismo, son prácticas genocidas (persecución sistemática
y destrucción total o parcial de colectivos humanos por motivo
de nacionalidad, raza, religión o política), tipificadas como
delito contra la humanidad y derecho de gentes a partir de
los genocidios del nacional-socialismo alemán.
Un nuevo nazismo que emerge en el País Vasco, mezcla de bolchevismo,
tradicionalismo y nacionalismo, coincide con el nazismo de
siempre en la propaganda por la acción y en el culto a la
violencia, en el rechazo a la democracia y el odio a los valores
ilustrados, en la victimización y en el fanatismo xenófobo
y, sobre todo, en la negación de la persona y de su condición
de ciudadanía.
RETOS DE CIUDADANÍA
Le cuesta mucho a esta sociedad desmemoriada reconocer en
su pasado hechos que hoy vive dramáticamente. Ésta sería una
de las explicaciones de la insuficiente reacción social para
prevenir escenarios del horror actuales como hemos podido
comprobar en los Balcanes o en los Grandes Lagos por poner
ejemplos significativos.
Uno de los mayores aciertos del Foro Ermua consistió, precisamente,
en llevar al Parlamento Europeo un texto conocido como la
Declaración de Estrasburgo, donde no se limitaba a informar
del desamparo de la ciudadanía, de la vulneración de los derechos
humanos que practica en Euskadi el nacionalismo antidemocrático,
sino que alertaba y encendía la luz de alarma sobre el neonazismo
que busca refugio de las minorías étnicas y lingûísticas en
la Unión Europea cuando éstas anteponen sus aspiraciones secesionistas
a las libertades del ciudadano y sus irrenunciables derechos
democráticos.
En esta línea tanto el Foro Ermua, como el Movimiento contra
la Intolerancia, el Foro del Salvador y el Colectivo de Víctimas
del Terrorismo se han pronunciado por practicar una unidad
de acción que demanda la acción institucional, especialmente
del Gobierno Vasco, la actuación de la Justicia y la intervención
general de los poderes públicos en defensa de la libertad
y los derechos humanos.
Llama poderosamente la atención la falta de respuesta de organizaciones
de derechos humanos, antirracistas o pacifistas que tradicionalmente
se posicionan justamente ante la vulneración de los derechos
humanos en otros países o en España cuando la falta es cometida
por el Estado, ante la discriminación étnica o racista hacia
otros colectivos humanos o ante la violencia y las armas en
diferentes contextos, mientras que ante este gravísimo problema
no existe una decisión firme de intervenir socialmente ante
la opinión pública, esgrimiendo en algunos casos argumentos
de índole como que hay que ceñirse al "ámbito vasco" de resolución
del problema, como si la vida, la libertad y los derechos
humanos tuvieran en su defensa límites territoriales.
Por el contrario, diferentes organizaciones ciudadanas que
luchan contra el terrorismo consideramos que atravesamos una
situación excepcional que requiere soluciones excepcionales.
No se puede admitir que la vida, la libertad y los derechos
fundamentales en democracia queden sustraídos y vulnerados
con la pasividad, indiferencia o el silencio que acaba convirtiendo
en cómplices a quien lo practica. En este sentido puede que
la vieja respuesta pacifista en Euskadi, históricamente esté
desfasada y superada, y que nos encontremos ante un nuevo
período que va a poner a prueba la coherencia de las organizaciones
cívicas en la defensa de la libertad y los derechos de ciudadanía
en el País Vasco.
La historia juzgará severamente no sólo a los asesinos y a
los neonazis que les apoyan, sino a quienes se mantengan en
colaboración y complicidad. Mientras tanto, mientras vencemos
el horror, es preciso el máximo apoyo a la intervención firme
del Estado de Derecho, a la sociedad democrática de quien
emana, es precisa la máxima solidaridad con las víctimas de
esta intolerancia criminal, y cómo no, el máximo compromiso
con la vida, la libertad y los derechos humanos.
Esteban Ibarra
Presidente de Movimiento contra la Intolerancia.
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