VIOLENCIA URBANA E INTOLERANCIA
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¿Qué hacer?

Es indudable que las circunstancias de hoy no son comparables a las de los años 30, pero existe quien se empeña en impulsar y organizar una violencia difusa emulando a las secciones de asalto o a las escuadras negras. Es cierto que la crisis económica y política que precedió al gran desastre de la Segunda Guerra Mundial hoy no se da y que hay mecanismos para evitarlo, pero también hay quien se empeña en aprovechar la crisis de la sociedad del bienestar, la dualización social y la ausencia de proyecto de avance en el desarrollo democrático y solidario, para alimentar una heterofobia que tiene en el racismo, el odio al extranjero, al judío, homosexual o a cualquiera cuya identidad cultural no sea coincidente con la de su tribu, el objeto de su odio y violencia. Y es verdad que no se vislumbra un horizonte neofascista y menos una república de skins, pero los hechos se empeñan en mostrarnos a un Lepen en Francia, a Haider en Austria, a De Vinter en Bélgica, a Fini en Italia, a Zirinoski en Rusia... tocando poder.

Dicho esto, hay que añadir que el Estado democrático no puede estar ausente ante el grave conflicto que diversos sectores sociales padecen por la agresión skin y tampoco la sociedad en su conjunto puede estar pasiva, sin compromiso, ante unos graves hechos que sistemáticamente acontecen. Este es el primer paso urgente a dar, reconocer la existencia de una violencia contra la ciudadanía, contra la diversidad cultural, organizada desde una lógica neonazi. Los siguientes serán evitar el discurso equívoco y diseñar una actuación estratégica encaminada a prevenir el desarrollo clientelar de la violencia y del racismo, a garantizar la protección adecuada a las víctimas de las agresiones, neutralizando las secuelas que sufren con medidas de apoyo, y reprimir las conductas violentas y su organización mediante un reforzamiento legal y una actuación policial que desmantele la infraestructura de estos grupos.

La notoria actividad de grupos neonazis y racistas, su agresividad extrema y su práctica constante de incitación al odio y a la violencia, claramente tipificada como delito en el nuevo Código Penal, contrasta con la permisividad institucional y con la ausencia de sanciones judiciales y con la inexistencia de programas preventivos de conductas de intolerancia.

En consecuencia, y con el objetivo de erradicar en todo lo posible el problema de la violencia urbana, serían necesarias las siguientes medidas y actuaciones.

1. Creación del Observatorio de la Violencia Urbana, del Racismo y de la Intolerancia a nivel de todo el Estado. Mejorar y lograr estadísticas de precisión sobre violencia. urbana y actos racistas.

2. Desarrollo de Programas de Prevención de la Violencia Urbana y de la Intolerancia en los ámbitos educativos, de juventud y de orientación de las familias, comprometiendo a las administraciones autonómicas y locales.

3. Promover la sensibilización social ante el problema, impulsar la conciencia de DENUNCIAR las agresiones y sucesos de violencia urbana y orientar, asesorar y apoyar a las víctimas.

4. Aplicación estricta de la Ley General del Deporte y del Convenio Europeo con la Violencia en espectáculos deportivos. Requerimiento a los dirigentes de los clubes para que finalicen s u apoyo a grupos ultras del fútbol e impulso a la potestad sancionadora de la Comisión Antiviolencia en la aplicación de la legislación vigente.

5. Investigación en profundidad de los grupos urbanos violentos y puesta a disposición judicial de sus miembros. Sanción de toda actividad ilícita de armas prohibidas.

6. Creación de una sección de la Fiscalía especializada en delitos de violencia urbana y delitos cometidos con ocasión del ejercicio de los derechos fundamentales y libertades garantizadas por la Constitución. Requerimiento a los jueces para una interpretación jurisprudencia más rigurosa y estricta de estos delitos, con especial significación en los actos de racismo, xenofobia e intolerancia.

Finalmente, dada la conexión internacional, la utilización de la red INTERNET, la difusión musical y deportiva, las reuniones estratégicas y distribución de publicaciones más allá de las fronteras nacionales,... debería existir una cooperación de policías europeas e internacionales que evitase las actividades destructivas de este movimiento y que, ante cambios de look (ropa, pelo...) motivados por la presión de la opinión pública y de la seguridad gubernativa, ante su recurrente clandestinización y persistente peligrosidad hacia la comunidad democrática, también debería existir una buena inteligencia policial que impidiese el desarrollo de sus planes antidemocráticos.

Mientras tanto la formación en valores de Tolerancia, Igualdad, Libertad, Solidaridad y Democracia, la reducción del campo de la violencia, el racismo y de las diversas expresiones de intolerancia en el seno del colectivo juvenil se hace urgente y necesario.

En Conclusión


Toda sociedad democrática tiene el derecho yel deber de protegerse contra quienes usan la violencia contra la ciudadanía. Hoy observamos la insuficiencia policial, tanto en la especialización del problema como en s u dimensión nacional e internacional, la falta de cooperación entre los gobiernos, la ausencia de tratamiento de estado, relegando a ámbitos autonómicos y locales la intervención de respuesta, la inexistencia de una inteligencia policial que siga sus redes, sus cambios de look para evitar investigaciones, su clandestinización de planes terroristas. Observamos también la ausencia de conocimiento del problema en los jueces y fiscales que interpretan el fenómeno en clave de riñas y reyertas juveniles, echando en falta la existencia de una fiscalía especializada al respecto. Pero si hay algo extremadamente preocupante, es la ausencia de voluntad política en diferentes ámbitos del Estado para impulsar un plan integral de prevención de la violencia (educación, comunicación, ocio y tiempo libre, familia...) que sea la herramienta esencial de desactivación de conductas y clientela violenta.

Mientras tanto, donde quiera que operen esos grupos urbanos violentos, su inclinación por el odio y la violencia les convierte en una lacra peligrosa para la convivencia y la comunidad democrática.

 

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