En el centenario del 8 de marzo, millones de mujeres desde África y Oriente Medio se han sublevado contra la dictadura. Sin embargo, pocas de ellas han podido plantear su sueño milenario de igualdad en las reivindicaciones propias. Pues esa mitad de la población suele ser utilizada por los hombres para engrosar manifestaciones y luego es ignorada en el reparto del poder.
El delirio de su superioridad se plasma en los viejos cuentos donde, burlando las leyes de la naturaleza, es él quien, desde su costilla, alumbra a ella, justificando así su subordinación, que las tradiciones y leyes se han encargado luego de consolidar.
El sistema patriarcal-capitalista, que convierte en mercancía también a las mujeres, en esta zona del mundo llega a ser aun más despiadado: cuando se viste de sotana, como en Irán, y se vuelve bárbaro, operando tras el tenebroso humo de las bombas, como en Irak, Afganistán o Palestina. Aquí, ellas son secuestradas, prostituidas, violadas, vendidas, asesinadas, incluso por los varones de la propia familia, que así lavan con la sangre de ella su maldito honor manoseado. Toda esta suerte la podrán correr las libias (que han gozado de importantes derechos a pesar de la dictadura) si EEUU llega a agredir su país, bajo la artimaña de “liberarlo de Gadafi”.
En Túnez y Egipto, a las mujeres les han amargado la fiesta de la revolución. Sus logros de décadas corren peligro porque los misóginos profesionales ya presentan sus cartas: forzándolas a llevar el pañuelo -símbolo de la autoridad del hombre sobre la mujer-, agrediendo a las “indecentes”, e impidiendo con violencia la manifestación de mujeres en defensa de sus derechos.
En la tierra de Cleopatra, han sido excluidas, al igual que los coptos, de la comisión que abordará la reforma constitucional. Las fuerzas reaccionarias cuentan con el silencio cómplice de los partidos “democráticos” – oportunistas y empapados de machismo- que, a cambio de una limosna política, renuncian al principio básico para construir una sociedad justa: la igualdad de derecho de todos los ciudadanos.
Nazanín Amrian http://blogs.publico.es/puntoyseguido/
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