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La OSCE es la organización supranacional especializada en temas de seguridad y promoción de la democracia que presta más atención al fenómeno creciente y amenazante de los Crímenes de Odio. El papel histórico que jugó esta organización durante la Guerra Fría, a favor de la distensión fue un factor más en contra de la peor de las confrontaciones imaginables, la nuclear. Tras la caída del Muro de Berlín y la evolución democrática del antiguo bloque soviético, la promoción de la democracia y los derechos humanos ocupó el primer rango de prioridades de esta imprescindible institución.
Los días 7 y 8 de junio tuvo lugar en Bucarest la Cumbre del Alto Nivel sobre la Lucha contra la Discriminación y la Promoción del Respeto y Comprensión Mutuos.
El escenario oficial del encuentro, la antigua residencia oficial de Ceaucescu, suponía una contradicción en sí misma. Por un lado, la constatación de la evolución hacia la democracia de Rumanía, y por otro el peso de la historia de una tiranía atroz, una de cuyas evocaciones simbólicas es este edificio, tras el pentágono, el segundo más grande del mundo, que intimida por sus secretos y evidencias, y que hoy es la sede del parlamento de Rumanía.
La cumbre de la OSCE en Bucarest fue una excelente oportunidad para intercambiar experiencias y complementar la declaración oficial final de la conferencia con las aportaciones y propuestas de las ongs de toda el área geográfica de la región, mediante la realización de eventos paralelos a la agenda oficial.
Dos fueron los eventos convocados para hablar del avance del odio en Europa. Uno de ellos organizado por el Movimiento contra la Intolerancia, el otro por la nueva Coalición Europea “De los Crímenes de Odio a los Derechos Humanos” El diagnóstico compartido se basa en el hecho irrefutable del avance de los grupos de odio y su violencia.
La creciente sofisticación de la ultraderecha para incrementar su militancia, mediante una triada diabólica que incluye estructuras legales, ultras del fútbol y grupos de música racista, ya sea en su vertiente dura como en su versión folk, está dando sus frutos. La constatación de esta realidad es más que visible en los “agujeros negros de la democracia europea”. Una encuesta reciente elaborada por la nueva Agencia para las Libertades Fundamentales, estima que 9 millones de personas fueron víctimas de delitos y faltas de odio en los 18 países de la Unión Europea en que se hizo el estudio.
En Flandes, el Vlaams Belang ha sido la segunda fuerza más votada en las últimas elecciones generales en Bélgica. El NPD mantiene una posición relevante en Sajonia, aunque ha perdido 3 de sus 9 diputados, que, irónicamente han abandonado su grupo parlamentario, al constatar la clara intoxicación nazi de esa formación. Las 4 agresiones semanales de media, junto la proliferación de las tristemente conocidas como “zonas prohibidas” (non gone areas en inglés) y el control social que ejercen grupos filonazis, constituyen un elemento de preocupación prioritaria para las ongs que trabajan contra la intolerancia, por el valor simbólico que la ciudad de Dresden tiene para el movimiento neonazi en toda Europa, motivado por los bombardeos de los aliados en 1945 y la consolidación de una peregrinación concebida para el adoctrinamiento que tiene lugar cada 13 de febrero y que reúne a miles de neonazis de todo el continente.
En España la ultraderecha mantiene una insignificancia en avance constante como demuestra el hecho de que en las pasadas elecciones municipales, consiguieron 52 concejales. El Ministerio del Interior habla de 10 mil neonazis y el Movimiento contra la Intolerancia, estima en 4000 las agresiones contra colectivos vulnerables en 200 ciudades españolas.
La homofobia adquiere nuevas dimensiones institucionalizadas en Polonia, y pese a los avances en España, aún queda mucho por hacer en este campo. La celebración del día del orgullo gay en Moscú fue un buen ejemplo de eso, al ver como los ultras bateaban a los participantes con agentes policiales como testigos impasibles que no socorrieron a los activistas agredidos.
Existen además tendencias comunes en la ultraderecha de toda Europa que requieren respuestas comunes desde las ongs. Por un lado, su capacidad de penetrar los discursos de los partidos mayoritarios, y por otro, el uso de temas de actualidad como la globalización, el desempleo, o en el caso de España, el terrorismo, para normalizar su presencia ante la opinión pública.
En el terreno de los grupos de odio que operan en ambientes más clandestinos, destacan las nuevas formas de bordear la legalidad vigente mediante sofisticadas formas de propaganda y cambios sutiles en la simbología para eludir la acción penal, y difundir más eficazmente su discurso del odio.
La preocupación emergente de las instituciones europeas para hacer frente al odio y a la intolerancia en todas sus formas y manifestaciones es sin duda una buena noticia ya que la agenda política europea había olvidado sus agujeros negros, Sin embargo, necesitamos mayor determinación, conciencia y acciones concretas para frenar la comisión de delitos de odio. Aún son muchos los países que responden con indolencia, minimización o incluso negación ante este fenómeno. En este sentido la coordinación de la ong en la compilación de datos sobre odio, se hace más necesaria que nunca, no para sustituir a las agencias oficiales que se encargan de ello, en el caso de que existan, sino para complementarlas y mantenerlas como un instrumento de concienciación y alerta.
Es por ello prioritario para la sociedad civil trabajar coordinadamente a escala europea, no solo porque potenciar la construcción de una identidad política en el continente es un antídoto contra el totalitarismo y la guerra, sino también porque es una forma de consolidar los valores esenciales que conforman nuestra democracia.
Este no es un reto exclusivo para las instituciones y partidos políticos democráticos, sino también para la sociedad civil organizada, que debe complementar la acción institucional y partidista, con una implicación decidida y determinante en la promoción de la democracia como valor, asumiendo liderazgos alternativos a los grupos de odio en las zonas que dominan, y minando su capacidad de influencia mediante la promoción de los valores que emanan de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, haciendo ver que la democracia funciona, que es fuente de bienestar, seguridad e igualdad, y que la tentación totalitaria nos conduce al abismo.
De estos temas, y de muchos más pudimos debatir en Bucarest, en el marco ejemplar de una conferencia de la OSCE, en la que la quietud del lenguaje diplomático, se vio desbordada por la pasión, compromiso y entrega de activistas provenientes de todos los rincones de Europa, Canada y los Estados Unidos.
Valentín González
Secretaría Internacional
Vicepresidente del Movimiento contra la Intolerancia
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