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Regreso a la cultura de la navaja. Descontrol de Armas Blancas.

    Un cuchillo de cocina trinchó el pasado domingo el corazón de Assis El Abab y, como un recordatorio en un tablón de cocina, le dejó prendidos la muerte y dos guarismos: los 25 años con los que se despidió de la vida y un alegórico número 22.

Unas horas antes, a pocas calles de allí, cuatro sudamericanos salían esquilmados por el cuchillo del comerciante chino al que intentaban atracar. Era otra de esas noches de cicatrices en Carabanchel, viejo arrabal castizo donde los cuchillos siguen brillando como luna de cáncer. Los dos ecuatorianos que se cruzaron con Assis y su hermano, ambos marroquíes, no dudaron en tirar de acero. En tres dentelladas, una certera, deshincharon su corazón, que fue delineando sobre 20 metros de baldosas obreras el surco de su propio fin.

Assis es el quinto cadáver en 15 días que abraza el asfalto hirviente de Madrid tras sentir en sus entrañas el frío de una lama. La última de las 34 víctimas por agresión violenta -el título será sin duda efímero- en un año de cruces en la capital. Y también es el número 22: el total de los asesinados con arma blanca en 2008. Casi tantos, en seis meses, como los 28 que se registraron en todo 2007.

La cultura de la navaja, que España siempre llevó colgada al cinto de su historia, vuelve a zurcir el siglo XXI. La España que Federico García Lorca verseó en el XX («En la mitad del barranco / las navajas de Albacete / bellas de sangre contraria / relucen como los peces»); la del «calavera» español del XIX, retratado por Larra, que contaba con «dos cosas indispensables a su existencia: la querida, que es manola, condición sine qua non, y la navaja, que es grande: por un quítame allá esas pajas le da honrosa sepultura en un cuerpo humano»; la España de la que avisaba Jovellanos en el XVII: «[...] pero si ingrato ajáis con un desaire repetido mi decoro, temed que a la blandura sucedan el estrago y los cuchillos».

Y Madrid no es una excepción. Como explica a Crónica Miguel Angel Campo Villamor, facultativo del hospital Río Ortega de Valladolid, en esta tranquila ciudad de provincias los servicios de urgencias trataban cuatro heridos por arma blanca al año. Ahora son cuatro al mes. Por eso, este médico decidió organizar un congreso internacional, el pasado mayo, sobre las heridas por arma blanca.

Los expertos coincidieron en sus conclusiones: las víctimas de las reyertas de bardeo se han convertido en parte de su rutina; los jóvenes son víctimas y culpables -la mayoría de los heridos entran por la puerta de urgencias en las horas de marcha: viernes y sábados, entre la 01.00 y las 04.00 horas- y la saña ha dado un paso cualitativo: «Mientras hace años las navajas se utilizaban como arma intimidatoria, ahora directamente se va a matar». Del picotazo a la puñalada mortal. De la pierna al corazón perforado. Como atestigua el músculo banderilleado del pobre Assis.

GENTE DE BRAZO FÁCIL

Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia -que trabaja sobre no violencia en 1.500 centros educativos de toda Espa- ña-, confirma que «el fenómeno no deja de crecer. Cada vez es más habitual que los adolescentes lleven una navaja en el bolsillo. "La calle es peligrosa. Sin un arma no eres nadie", dicen».

El cubata en una mano y el trasto en el bolsillo. Por 10 euros, cualquier joven puede comprar una mariposa, la navaja más común en las trifulcas callejeras. Tomates y lechugas son cada vez más caros, pero el precio de las cheiras cae en picado. Las made in China han inundado el mercado.

Las estadísticas tiñen de realidad estas afirmaciones de alarma. En 2005, los cuerpos de seguridad decomisaron en España 38.582 armas blancas prohibidas [aquéllas con menos de 11 centímetros de hoja o doble filo y las navajas automáticas], principalmente en redadas en zonas de bares y discotecas. En 2006, último año contabilizado, fueron 47.854.

La situación es todavía más preocupante en la capital, donde en 2005 se requisaron 3.116 de estas armas proscritas y en 2007, más del doble: 7.400. De nada ha servido el aumento de la cuantía de las multas, de 300 a 1.000 euros.

David Madrid, policía experto en violencia juvenil, que ha escrito varios libros bajo este pseudónimo (el último, Tribus urbanas: ritos, símbolo y costumbres), considera que las armas blancas están de nuevo en auge: «En 2002, la tenencia de navajas se frenó por el crimen de Costa Polvoranca [un portero de discoteca apuñaló a un joven angoleño tras una discusión en un polígono de bares de Alcorcón, extrarradio de Madrid]. Los cuerpos de seguridad aumentaron los controles y las sanciones y volvió la calma. Ahora percibimos una nueva escalada de violencia: no hay fin de semana sin heridos por cuchilladas. Las navajas han vuelto a salir a la calle».

Este agente señala otro factor decisivo en la profusión de cuchillos carnívoros: la mayor presencia de bandas latinas en las calles españolas -gente de brazo fácil que no duda en tirar de cachicuerna- y el aumento de la inmigración, que en muchos casos proviene de países donde se desenvaina con menos remilgos.

En Inglaterra, la sangre derramada este año ha sido el barniz de una crisis nacional. El jefe de la magistratura reconoció esta semana que la ola de navajazos entre jóvenes -que ha enterrado ya a más de 30 adolescentes en lo que va de año, 19 en Londres- se ha convertido en una «epidemia». Para cortar de raíz la plaga, David Cameron, jefe de la oposición conservadora, ha propuesto la cárcel para todo el que porte un arma blanca.

En los barrios donde despuntan los metales, los funcionarios cabalgan con armadura. Autoridades locales de todo el país han comprado 20.000 chalecos antipuñaladas, a 300 libras (438 euros) la unidad, para personal de hospitales, protección civil y profesores. El curso que viene, miles de estudiantes en Londres, Manchester y Birmingham pasarán cada día bajo palio. El detector de metales les obligará a desarmarse para aprender geografía.

«En España todavía no estamos en ese umbral, pero si no se toman medidas es posible que se produzca la misma situación», avisa Esteban Ibarra. En los últimos cinco años, el número de menores de 16 años ingresados en los hospitales ingleses por heridas de arma blanca ha crecido un 88%. En España, nadie lo sabe. Aunque policías, médicos y expertos coinciden en que se multiplican los casos, no existen estadísticas oficiales sobre heridos en ninguna administración.

AUSENCIA DE DATOS

Las comunidades autónomas ni siquiera contabilizan de forma específica los asesinados por arma blanca. Crónica tuvo que hacer un recuento propio con los de la capital. Y, tras 72 horas de espera, el Ministerio del Interior sólo fue capaz de proporcionar el total de 2006. A 13 de julio de 2008, los del año pasado «no han sido calculados todavía».

«Una desidia institucional incomprensible», arremete Esteban Ibarra. «Sin datos no hay diagnóstico ni se puede entender la amplitud del problema», añade José Miguel Ayllón, presidente de la Asociación de Víctimas de Delitos Violentos.

Sólo despuntan destellos aislados, como los de las muchas navajas que se desenfundan cada noche en España. En Pamplona se ha duplicado la incautación de armas prohibidas en 2008... en Málaga, ha habido un 30% más de heridos por arma blanca... destellos sueltos en las hojas de provincia que nadie se esmera en hilvanar... como el número 22 -en breve solapado por otros- que un cuchillo de cocina hendió el pasado domingo en el atestado policial y el corazón de Assis El Abab.

El Mundo. 20.07.08