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Así murió Carlos Palomino
Un vídeo muestra el ataque mortal de un soldado 'ultra' a un joven antifascista de 16 años
Algunos chicos se colocan alrededor de Josué al entrar en el vagón. Los que se ponen detrás ven que, oculta en la espalda, lleva una navaja abierta en la mano derecha. La había sacado cuando el tren entraba en la estación. Había visto algo. Carlos sube el último. Quedan a pocos centímetros uno del otro. Se miran.
Algunos chicos se colocan alrededor de Josué al entrar en el vagón. Los que se ponen detrás ven que, oculta en la espalda, lleva una navaja abierta en la mano derecha. La había sacado cuando el tren entraba en la estación. Había visto algo.
Carlos sube el último. Quedan a pocos centímetros uno del otro. Se miran. Y Carlos Javier Palomino, de 16 años, con jersey oscuro y gorra roja, le coge con dos dedos la sudadera a Josué Estébanez de las Heras, un soldado del Ejército de Tierra de 23, con la cabeza rapada. Dice algo. La camiseta le delata: Three Stroke, una marca fetiche para los ultras. Josué alza la mano derecha. Visto y no visto. Le asesta una puñalada en el corazón. La hoja se hunde. Siete centímetros en el ventrículo izquierdo. Forcejean. Y le empuja fuera del vagón. Carlos, ya moribundo, sale del plano.
Es el 11 de noviembre de 2007. El reloj de la cámara de seguridad marca las 12.56.21. Un estudiante de Vallecas recibe una puñalada mortal de un activista ultra en un vagón de la línea 3 del suburbano, detenido en la parada de Legazpi.
Iban al mismo sitio. A Usera. El soldado, a una manifestación xenófoba de las Juventudes de Democracia Nacional autorizada por la Delegación del Gobierno en uno de los distritos con más inmigrantes. Carlos, junto a sus colegas antisistema, pretendía reventarla. No ha ocurrido sólo una vez.
EL PAÍS ha reconstruido en imágenes captadas por las cámaras de seguridad del suburbano, a las que ha tenido acceso, la película de este ataque con premeditación. En él se observa cómo, al ver el soldado las camisetas holgadas y las crestas de los antisistema que llenan el andén, saca un arma de 25 centímetros de hoja y la oculta, preparado para el ataque. Siete cámaras distintas (con minutajes independientes y algunas con horarios desfasados) registran la barahúnda de entradas y salidas del convoy tras el crimen, el saludo nazi de Josué, las escaramuzas entre los amigos de Carlos y el agresor, intentando detenerle, y la huida de éste. También la evacuación del herido en una camilla del Samur, rodeado de compañeros, que, a la carrera, luchan entre su desánimo y los intentos de salvarle la vida.
Pero Carlos murió en plena calle, en el paseo de las Delicias, en una carpa montada por los servicios de emergencia.
Han pasado dos años y medio. Josué está en la cárcel pendiente de juicio. El fiscal pide 29 años de condena para el militar. Considera que actuó "con la finalidad de acabar" con la vida de Palomino. Cinco acusaciones personadas en la causa reclaman penas similares. Oscilan entre los 37 años que solicita la madre de Palomino y los 30 que exige la asociación de vecinos Alto del Arenal o Movimiento contra la Intolerancia, que califica este tipo de sucesos como "crímenes de odio".
El fiscal pide 17 años de cárcel por asesinato. Y otros 12 por lo que pasó después de esa primera puñalada. Las cámaras siguen grabando.
Ahora Josué blande el arma. Se queda solo. Mira por la ventana y hace un saludo nazi. Se golpea el pecho y luego estira el brazo hacia delante. Sieg heil! (Viva la victoria). Algunos viajeros le azuzan. Josué se desplaza de arriba abajo. El pasillo queda vacío a su paso.
Un amigo de Palomino se aproxima al soldado con algo grande en la mano. Le alcanza otra puñalada. En las costillas. Tuvo que ser operado de urgencia ese mismo día. Tardó tres meses en curarse. La fiscalía ve en este ataque un homicidio en grado de tentativa. La finalidad, dice, era "acabar también con su vida". Josué Estébanez aprovecha el polvo de un extintor arrojado para alcanzarle. Huye. Le sigue un gran grupo. Cuando sale por el vestíbulo principal, aún lleva el arma en la mano.
En el otro vestíbulo, carreras frenéticas. Los compañeros de Carlos entran y salen. Uno aparece con una camilla para evacuarlo. Le siguen un policía municipal y un sanitario del Samur. Sacan a Palomino en la camilla. Murió en la calle. El día que iba a reventar una manifestación nazi autorizada. Y se convirtió en un símbolo.
El cartel de su rostro con una gorra. El grito de "¡Carlos, hermano, nosotros no olvidamos!" coreado en cada una de las contramanifestaciones que han venido después. Al menos seis protestas de ultraderecha han contado con el beneplácito institucional desde que Carlos y Josué se cruzaran. Hubo batalla campal en marzo de 2008, cuando la Junta Electoral de Zona permitió un mitin nazi en Lavapiés. Volvieron a coincidir el 20-N. Y hace mes y medio, cuando el Movimiento Patriota Socialista bajó a Vallecas a gritar consignas. Los antisistema les seguían, montaron una barricada y atacaron a la policía. Hubo 25 detenidos, todos antisistema. Las protestas posteriores contra la entonces delegada del Gobierno, Soledad Mestre, por autorizar manifestaciones xenófobas en barrios con fuerte presencia inmigrante, derivaron en la okupación de la sede del PSOE en Vallecas.
Algunas consignas de aquella concentración tenían que ver con lo último que pasó aquel 11 de noviembre. No lo captaron las cámaras pero sí lo reconstruye el auto del juzgado. Josué salió a la calle. Lo persiguen un grupo de jóvenes, que lo alcanzan junto a una comisaría de la calle de Bolívar (Arganzuela). Le dan puñetazos y patadas. Le parten la ceja y le dejan los ojos morados. Los agentes municipales los separan. Detienen al soldado, hallan un puño americano y lo trasladan al hospital, con pronóstico leve. La navaja nunca apareció. Los últimos neonazis que se manifestaron en Vallecas gritaban: "Carlos, pardillo, devuélvenos el cuchillo".
EL PAIS. Pilar Álvarez- Madrid - 10/05/2009
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