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El Ayuntamiento de Gyöngyöspata es el único lugar del pueblo con cierto ajetreo por la mañana. Es un edificio pequeño y modesto, decorado como una sala de estar, en el centro de una calle de casas unifamiliares. Los vecinos entran y salen para hacer sus gestiones y el alcalde, Oszkár Júhász, de 36 años e ingeniero agrícola, tiene mucha prisa. Recibe con gafas de sol y quien parece su ayudante, un tipo corpulento con americana de cuadros, le recuerda con frecuencia que se tiene que ir. “Ha habido un cambio positivo: 73 gitanos, principalmente delincuentes, han abandonado Gyöngyöspata. Ahora deben estar haciendo feliz la vida de los canadienses”, indica para explicar que han emigrado. “Nos ha llegado que ya han tenido problemas, robaron y protestan porque dicen que la policía canadiense les ha maltratado. Pero son calumnias”, aventura.
Jobbik, el partido ultraderechista que gobierna este pueblo de 2.880 habitantes, es la única formación húngara que gana apoyo en los sondeos. A finales de noviembre estaba en el 22% (encuesta de Tárki), rebasando levemente a los socialistas (20%), la segunda fuerza del país. Ya en las elecciones de 2010 logró 46 diputados tras obtener el 16,7% de los votos.
El fenómeno coincide con una caída de la popularidad del partido del Gobierno, Fidesz, concentrado en una especie de efervescencia legislativa para remodelar el Estado que preocupa en Europa por su sesgo autoritario que imprime el primer ministro,Víktor Orbán; con la escisión de la izquierda y con una durísima crisis económica.
El Parlamento aprobó el viernes una nueva ley sobre el Banco Central, fuertemente criticada por introducir la posibilidad de limitar la independencia del banco emisor y que puede obstaculizar las negociaciones de Budapest con el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea, informa Efe. La ley ha recibido ya duras críticas de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo.
También enmendó la Constitución para definir al Partido Socialista como heredero del régimen comunista y anula la prescripción de los delitos bajo la dictadura.
Otra norma aprobada reconoce oficialmente a solo 14 iglesias, entre ellas diferentes cristianas y la judías, mientras que las demás tendrán que demostrar que cuentan con más de 1.000 miembros y que funcionan en el país desde hace al menos 20 años.
“Una de las causas del ascenso de Jobbik es que ha logrado conectar con el descontento social, con quienes desconfían de los políticos y están decepcionados con la democracia en general. Esto ocurre en un momento en el que los socialistas están desacreditados y Fidesz, la derecha-populista, está perdiendo apoyo por los recortes y por su acción de Gobierno. Así que el único beneficiado de la falta de alternativas políticas es Jobbik, que ha sabido articular un discurso para ellos”, afirma Péter Krekó, investigador principal del instituto Political Capital de Budapest. El otro motivo es, según el experto, que se trata “del único partido que se ocupa de la cuestión gitana”. Explica que “los grandes grupos políticos húngaros prefieren eludir el tema de la integración. No está en su agenda porque es impopular y arriesgado hablar de cosas como la discriminación positiva de los gitanos”.
Colgada de la pared de la oficina del alcalde de Gyöngyöspata hay una bandera que se identifica con la Guardia Húngara, una organización de civiles uniformados ilegalizada en 2009 que se dedicaba a patrullar por los pueblos e intimidar a la población gitana. La fundó en 2007 Gábor Vona, el líder de Jobbik, que significa Movimiento para una Hungría mejor. En abril, el pueblo se convirtió en escenario de incidentes violentos. Miembros de grupos de ultraderecha (restos de la extinta Guardia Húngara, pero también otros nuevos, sobre todo uno llamado Védero, que significa Fuerza defensiva) acudieron a patrullar por el pueblo y amedrentaron a la población gitana, formada por unas 400 personas. Hubo cuatro heridos y durante varios días la prensa internacional siguió el caso. Ocho meses después, el alcalde afirma orgulloso que “es el pueblo con más seguridad pública del país”, aunque lamenta que queden “algunas familias de criminales”.
A un centenar de kilómetros, en Budapest, Márton Gyöngyösi, diputado de Jobbik y encargado de relaciones internacionales del grupo, recibe en traje en un despacho austero con vistas al Danubio. Educado y amable, economista de formación, desgrana en perfecto inglés las principales ideas de su partido. La retórica es más sofisticada que en Gyöngyöspata, pero el fondo es el mismo. A los prejuicios raciales más clásicos (la asociación de los gitanos a un tipo de delincuencia y la descripción de la comunidad como un foco de problemas, dependiente de la ayuda social y sin educación), se suma la constante distinción entre “nosotros, los húngaros” y “los gitanos”.
Gyöngyösi explica que una de sus ideas es “separar a los niños gitanos en internados, con todo lo cruel que eso pueda sonar” y matiza: “en realidad no lo es: yo he estado interno toda mi vida”. Argumenta que “se trata de sacar a los niños de lo que les rodea: te sacan de las influencias de tus padres, pero sobre todo de tu comunidad, que es... desesperanzadora en este momento”. También considera que “la comunidad gitana debe entender que un hijo es una gran oportunidad, una bendición, y que ese niño, desde el nacimiento, tiene derechos y conlleva obligaciones. Si un padre no cumple con sus responsabilidades, entonces no tiene derecho a tener ese hijo. Los húngaros dicen: ‘oh, un niño pobre ha nacido, vamos a darle dinero’, y los gitanos dicen ‘vamos a tenerlo, no es un mal negocio después de todo: consigo dinero pero no tengo ninguna responsabilidad de cuidarlo’. Una solución sería que después de tener una determinada cantidad de hijos, dos o tres, no sé, ya no se concedan más beneficios estatales”, para agregar que la tasa de natalidad de “los húngaros” es “catastrófica”.
A su ideario se suma el euroescepticismo —“Es la realidad: los dos grandes proyectos de Europa han fracasado, el euro y Schengen”—, las alusiones irónicas a la “democracia liberal” y el rechazo de la economía globalizada —“Es una vía muerta”—.
Jobbik concentra su poder en las “regiones del noreste —donde estaba la antigua industria pesada de la época comunista, hoy empobrecida— y el suroeste, ambas con una sustancial presencia de población gitana”, apunta István Toth, del centro de estudios sociológicos Tárki. Gábor Takács, analista de Nézopont Intézet, aporta otra clave: “El gran beneficiado de la ruptura socialista es Jobbik. Los votantes que tienen de entre las clases medias-bajas y bajas solían apoyar a los socialistas”. En este momento, el partido “vive la contradicción entre moderar su discurso para captar votantes menos extremistas y aprovechar el descontento ciudadano, o radicalizar ese discurso, ya que eso le da apoyos a inmediatos. Pero en su estrategia a largo plazo, para sobrevivir se plantea moderar su postura”, indica Krekó.
En Gyöngyöspata, rodeada por el paisaje invernal de retorcidos viñedos desnudos, la comunidad gitana vive en una zona próxima a un riachuelo, en la parte baja del pueblo. Cuando empiezan a aparecer las casas en las que viven, se esfuma la carretera y empieza un camino embarrado lleno de baches. Allí está Helene, de 45 años, que llena una garrafa de agua en una fuente. Hay agua corriente en las casas “pero ahora la han cortado”. “Tenemos miedo porque este pueblo es para tener miedo. Desde que vino la Guardia Húngara y está Jobbik se ha vuelto racista”, explica. Ella tiene ocho hijos y dice contar “con un subsidio familiar y otro social, pero no da para vivir”. En otra parte del pueblo, cerca de la calle principal, Krisztina, de 39 años, va con su niño de la mano. Asegura que, desde abril, “las cosas han mejorado porque hay menos gitanos. Mientras estaba la Guardia había más orden en el pueblo, no molestaban a nadie”. Cree que “sería mejor que volvieran”, pero tampoco se siente “insegura”.
EL PAIS. 31.12.2011
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