Italia, que en los siglos XIX y XX fue uno de los principales países exportadores de emigrantes (sólo en Estados Unidos viven casi 18 millones de personas de origen italiano), no es hoy inmune al virus de la xenofobia. Dos graves episodios de racismo, en Turín y Florencia, han agitado la conciencia nacional y han abierto un debate en la opinión pública, inquieta por un fenómeno que la crisis podría agravar.
El pasado día 10, un grupo de vecinos del barrio de la Vallette de Turín prendieron fuego y destruyeron por completo un campamento gitano. La acción se desencadenó de manera espontánea, después de que una chica de 16 años denunciara que la habían violado dos gitanos. Luego la presunta víctima reconoció que había mentido. En realidad, había tenido la primera relación sexual con su novio, sangró, se manchó la ropa y temió la reacción de los padres, que se oponían al noviazgo. Varios diarios publicaron días después entrevistas a la adolescente, desolada por la furia que desató su mentira.
Tres días después, en dos mercadillos de Florencia, un militante de extrema derecha y escritor de literatura fantástica, Gianluca Casseri, de 50 años, dio rienda suelta a su demencia racista. Asesinó sin motivo alguno a dos inmigrantes senegaleses, Modou Samb y Mor Diop, vendedores ambulantes, e hirió de gravedad a otros tres. Al verse rodeado por la policía, Casseri se suicidó.
La Italia culta, sensible y solidaria encajó el doble golpe con alarma y vergüenza. Los periódicos se llenaron de editoriales y comentarios. Nada menos que dos ciudades que fueron capitales del Risorgimento, símbolos de la excelencia cultural italiana, manchadas por hechos racistas muy graves. La Iglesia católica hizo oír de inmediato su voz. El cardenal Gianfranco Ravasi, ministro de Cultura vaticano, afirmó, vía Twitter: "El extranjero no debe ser oprimido sino tratado como un nativo".
El nuevo ministro de Cooperación Internacional e Integración, Andrea Riccardi, tuvo reflejos. Líder católico de talla internacional, fundador de la Comunidad de San Egidio –que organiza los encuentros interreligiosos e interculturales–, Riccardi acudió a Turín y a Florencia, donde expresó su solidaridad con la comunidad senegalesa, afincada en la ciudad toscana desde hace muchos años. "Debemos decir basta la cultura del desprecio hacia el otro", advirtió Riccardi en un encuentro en el Ayuntamiento. "El desprecio es algo peligroso que incita al odio y puede transformarse en locura –agregó el ministro–. Debemos estar más atentos con las palabras que usamos". La Liga Norte protestó por la visita de Riccardi al campamento gitano y le desaconsejó que acudiera a una sede del partido en el multiétnico barrio de San Salvario.
El sábado hubo una manifestación en Florencia y en otras ciudades para arropar a los senegales. Acudieron varios líderes nacionales de la izquierda.
Es obvio que el incendio de Turín y los asesinatos de Florencia, aun siendo episodios particulares, no pueden sustraerse a un contexto social, a un clima de demagogia xenófoba. En las últimas elecciones municipales en Milán, en la primavera pasada, la derecha trató de aferrarse al poder apelando al miedo a los gitanos. En las consignas se aludía al peligro de que la capital lombarda se convierta en una gitanópolis llena de mezquitas. La estrategia fracasó. La izquierda recuperó el poder después de 20 años.
En su editorial "El virus del odio étnico", La Repubblica aseguró: "Italia no sólo está bajo examen en Bruselas (por las finanzas); existe otro examen sobre el índice de civismo del país". Según el diario, los hechos de Florencia y de Turín "revelan una difusión del virus racista y del odio étnico sin atenuantes".
"¿Existe un nexo entre la crisis de la deuda pública, la impotencia de la cumbres melancólicas (europeas) y la matanza?", se preguntó La Stampa, de Turín. "Con la crisis vuelven los peores venenos", alertaba el periódico, No retornarán los extremismos de los años treinta, pero hay que vigilar porque "el mal tiene fantasía y capacidad de metamorfosis".
En el ambiente de la derecha no gustan tales interpretaciones. Vittorio Feltri escribió en Il Giornale que es una "operación repugnante" y "absurdo querer explotar con fines políticos un delito de sangre cometido por un desequilibrado". Ayer, este diario –propiedad de la familia Berlusconi– acusó al Gobierno de querer dar casas gratuitas a los gitanos. "A los italianos les llega el tijeretazo, pero el Gobierno piensa en los zíngaros", tituló el diario, dando la razón, sin quererlo, a los argumentos de Riccardi.
LA VANGUARDIA.COM 19.12.2012
Shukri Said, actriz y portavoz de la asociación antirracista Migrare: "En Italia el fascismo no ha sido condenado, no se ve como delito".
Shukri Said, cofundadora y portavoz de la asociación Migrare, es una de las voces más mediáticas contra el racismo y la xenofobia en Italia. Esta modelo, actriz y articulista, nacida en Somalia y residente en Italia desde hace más de 20 años, tiene un discurso claro e incisivo. No se muerde la lengua a la hora de acusar a los anteriores gobiernos, y al de Silvio Berlusconi en particular, de dar cancha a los planteamientos xenófobos. También lamenta que en Italia no se haya hecho suficiente mea culpa del periodo fascista y que su ideología se siga tolerando.
¿Cree que los sucesos ocurridos en Florencia y Turín son hechos aislados? ¿Cómo deben interpretarse?
Confío en que sean hechos aislados, pues de lo contrario sería dramático. Crearía una escalada de guerra civil entre los nativos y los inmigrantes. Pero también hay que tener en cuenta lo que ocurrió hace unos años en Castel Volturno (Campania), donde seis inmigrantes fueron asesinados. Hubo entonces una escalada de ataques contra inmigrantes, sobre todo negros, pero también rumanos. El problema es preocupante y no debe infravalorarse.
¿Piensa que la crisis económica fomenta un clima peligroso?
Siempre que hay crisis fuertes y exasperación social, la violencia aumenta. Pero, a mi juicio, no es sólo la crisis. El último gobierno de Berlusconi con la Liga Norte ha exasperado los ánimos, sobre todo entre las minorías, pero también en la mayoría. Estamos pagando ahora las consecuencias de un periodo muy insensato a nivel institucional. Las instituciones perdieron la brújula, dejaron de ser imparciales, dejaron de actuar de modo correcto. Tuvimos gobiernos demagógicos, sectarios y xenófobos. Por fortuna, ya no están en el poder. Pero las consecuencias aún las sufrimos.
¿Tiene esperanzas de que el nuevo Gobierno de Mario Monti pueda cambiar las cosas? El ministro Andrea Riccardi (Cooperación Internacional e Integración) fue a Florencia y habló con los senegaleses.
Sí, ha habido un cambio. Que Riccardi sea ministro es un hecho positivo. También la ministra del Interior utiliza un lenguaje acorde con su cargo institucional. Es una personalidad totalmente distinta de la precedente. Pero eso no quita para que sean eliminadas todas esas leyes como el Paquete Seguridad, la ley Bossi-Fini, la llamada ley estafa (sobre la regularización de los cuidadores de ancianos), todas esas medidas que se aprobaron en nuestro país en los últimos años y que no van en la dirección de la tolerancia, del respeto y de los derechos humanos. Deben eliminarse. Pero veo muy difícil que suceda porque este Gobierno, por más que esté compuesto por buenas personas, no tiene detrás a un Parlamento (del mismo talante). Son pues prisioneros de aquellos parlamentarios sectarios que votaron esas leyes.
En Alemania es un gran tabú ser simpatizante nazi, algo socialmente muy marginal. En Italia, en cambio, ser fascista no es algo tan mal visto. ¿Lo ve así? ¿Qué consecuencias tiene eso?
Sí, esto es algo que tener en consideración. Los alemanes hicieron mea culpa del nazismo, tomaron conciencia de la gravedad de sus acciones. Hay una conciencia cívica e institucional. Son muy vigilantes y no dan coartada a ningún tipo de xenofobia o a esos grupúsculos violentos contra los inmigrantes. Ciertamente, en Italia tenemos aún fuerzas políticas que no niegan ser herederas del Movimiento Social Italiano (MSI), que era deudor de lo que quedó del fascismo. Hoy por hoy en Italia el fascismo no ha sido condenado, no es visto como un delito como ocurre en Alemania con el nazismo. A veces el fascismo se juzga de manera superficial como una mera actitud anticuada y autoritaria de la política, cuando en realidad fue violenta y agresiva. Es una valoración histórica diferente.
¿Desde que usted llegó a Italia, cómo ha cambiado el país en el ámbito del racismo?
Sin duda hemos ido a peor. Cuando yo llegué, la Liga Norte estaba en la oposición y no soñaba con tener ministros ni un papel clave en el gobierno. También el MSI estaba en la oposición. Berlusconi les abrió las puertas de la política. El fenómeno berlusconiano abrió las puertas a los liguistas y a los extremistas de derecha, permitiéndoles llegar a la cúspide de las instituciones
LA VANGUARDIA.COM 19.12.2011