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DIA INTERNACIONAL DEL PUEBLO GITANO

    

8 de abril. Cuando la memoria hace del pasado un tiempo presente.
La suerte, la providencia, el destino o como se le quiera llamar hizo que yo estuviera presente en Londres la semana del 8 de abril de 1971. Desde entonces ha llovido mucho. Han pasado 41 años. Yo era casi un chaval, como suele decirse. Y mi viaje a Londres, en las postrimerías del franquismo, supuso mi bautizo al conocimiento de la realidad gitana mundial de la que hasta entonces tan sólo tenía muy vagos conocimientos.

Gitanos y gitanas procedentes de 25 países nos dimos cita en Londres. Yo acudí sin conocer a nadie y sin tener muy clara la idea de qué se iba a tratar en aquella reunión. Y mi primera sorpresa fue comprobar que aquellas jornadas habían sido convocadas, programadas y dirigidas por los propios gitanos. Ni un solo gachó (payo) intervino en los debates ni condicionó en absoluto los acuerdos que allí se tomaron. Los recuerdos vienen a mi memoria con la misma fuerza con que aparezco en las fotografías que acompañan a este comentario y que me fueron regaladas el año pasado en el Reino Unido.

El 8 de abril de 1971 yo sabía que en el mundo vivíamos más gitanos que los que yo conocía en Andalucía, pero no los había visto nunca. El 8 de abril de 1971 oí hablar por primera vez en rromanò. En mi casa mi familia chapurreaba el caló. No era igual aún siendo lo mismo. Y pude comprobar, maravillado, como gitanos que vivían tras el telón de acero, ─gitanos que jamás hubieran soñado con que las autoridades
comunistas de sus países les autorizaran para salir al mundo capitalista─ se entendían perfectamente con otros gitanos llegados de Francia, de la antigua Yugoslavia, o de la temida Alemania. El 8 de abril de 1971 se conmocionaron mis entretelas cuando sentí en mi piel los besos cálidos de tantos gitanos que me abrazaban emocionados por haber encontrado al hijo perdido, al hermano desconocido que venía de la vieja España donde ─ellos lo sabían─ vivían centenares de miles de gitanos aislados del conjunto de su pueblo esparcido por millones por todo el mundo.

El 8 de abril de 1971 me sentí más libre que nunca. Participé en la votación que institucionalizó nuestra bandera y entonces entendí la liberación que supone tener por techo el azul del cielo y por suelo el verde de los campos. Entonces comprendí con absoluta claridad por qué mi abuelo Agapito siempre nos deseaba salud y libertad.

El 8 de abril de 1971 vi por primera vez una balalaica. Y escuché su sonido en manos de Jarko Jovanovic. A su melodía se le unió la música suave, triste y melancólica de unos violines, y mientras de las cuerdas de la balalaica saltaban las notas enfurecidas imitando el chisporrotear de las llamas asesinas que acabaron con las vidas de tantos inocentes en los campos nazis, los violines con su dulce melodía, abrían  los ríos de lágrimas con que enjugábamos el recuerdo de tantos ancianos injustamente gaseados, de decenas de miles de niños masacrados y de centenares de miles de hombres y mujeres que, en la flor de la vida, jamás pudieron entender por qué les desnudaban antes de introducirlos en las cámaras de gas. Y así nació el Gelem, gelem.

El 8 de abril de 1971, como un clavel reventón, apareció en la vieja Europa el germen de una conciencia colectiva adormecida durante tantos siglos. Gitanos y gitanas de 25 estados residentes en los países comunistas del frío sempiterno o en la geografía tantas veces deshumanizada del más feroz capitalismo, pusimos por encima de cualquier ideología el respeto por nuestra común condición de gitanos. Y entonces algunos entendimos que éramos un Pueblo que había sabido conservar leyes y costumbres que debían ser defendidas. El respeto a los mayores, la autoridad indiscutida de los ancianos, el valor de la palabra dada, la veneración suprema de la familia es expresión palpable de nuestra máxima institución y el amor supremo e insobornable a la libertad.

Hoy no nos parece que sea el día para hablar de nuestras miserias. De la marginación que sufrimos o de los ataques racistas que padecemos. Para denunciar esa situación tenemos todos los días del año y así lo hacemos. El 8 de abril es el Día Internacional del Pueblo Gitano y tiene una vocación de fraternidad y respeto para todo el mundo. Y así como en este día  los gitanos y las gitanas del planeta se acercan a los ríos para depositar sobre sus aguas las velas del recuerdo y las flores de la libertad, en ellas está el símbolo de nuestro deseo de convivir con el resto de los ciudadanos en paz y armonía, porque una celebración que encierra el recuerdo a los antepasados y el amor a la libertad debería ser patrimonio de toda la humanidad.


Juan de Dios Ramírez Heredia
Presidente de Unión Romani
Abogado y periodista