“¿Pero qué es lo que tenemos que les molesta tanto?”; “Yo no hago mal a nadie, no les incumbe si llevo un velo o no”; “Creo que es por miedo, sólo les llegan cosas negativas sobre nosotros y no se preocupan por saber cuál es la verdad”. Frases como estas son comunes entre los musulmanes que viven en países en los que representan una minoría. Y para los que toman esta religión ya de adultos -para sorpresa de sus familias-, el momento de hacerlo público es descrito como angustioso en lugar de liberador.
“Sería como el ‘salir del armario’ para los homosexuales solo que en otro sentido”, dice Habiba. Ella es española, reconoce que lo de cambiarse el nombre por uno islámico es una costumbre que no le gusta, pero prefiere no dar su identidad real. Abrazó el islam en 2008 pero sólo hace unos meses lo ha hecho ‘oficial’ en su entorno. “Quería estar bien preparada para enfrentarme a todas las preguntas que me esperaban, para desmontar los prejuicios”, explica.
Según un informe de Amnistía Internacional presentado esta semana, los musulmanes en Europa sufren discriminación por motivos de religión o de creencias en el ámbito laboral y el educativo. Tras analizar la situación de quienes profesan esta religión en Bélgica, España, Francia, Países Bajos y Suiza, la ONG afirma que los sondeos de opinión reflejan “miedo, desconfianza y opiniones negativas sobre los musulmanes y la cultura islámica”.
‘Vete a tu país’
“La frase más común que nos dicen es ‘vete a tu país’. Ya me he cansado y no contesto… a muchos no les entra en la cabeza que no soy extranjera, que soy española, vasca”, se queja Jennifer Chamizo, que ahora tiene 25 años y abrazó el islam (expresión que los musulmanes prefieren a la palabra ‘converso’) con 20.
Desde pequeña las preguntas existenciales la agobiaban pero a su alrededor nadie le daba importancia. “El destino [los musulmanes no creen en las casualidades] hizo que me encontrara con quien ahora es mi marido y que me fuera explicando de qué manera el islam podía darme respuestas”, cuenta Jennifer, que el fin de semana pasado viajó desde Bilbao a Madrid para asistir a un seminario sobre religión.
Para ella, el momento de hacer pública su decisión fue complicado porque se encontró con el rechazo de su familia. “Fue un proceso rápido y mis padres pensaban que era una tontería de juventud. Pero cuando hice la ‘shahada’ (la declaración de fe al islam) quería practicar, rezar. Mi madre abría la puerta de la habitación en la que estuviera y me decía que no podía hacer eso en casa”. Jennifer decidió que no quería tener una doble vida, se casó y se fue de casa. Hoy tiene un hijo de tres años.
Esa misma sensación de frustración por tener que reprimir su opción religiosa asfixiaba a Layla Hajar (ella sí prefiere dar su nombre ‘islámico’), española de 27 años y residente en Tenerife. “Me empecé a interesar por el islam tras los atentados del 11S. Todo el mundo hablaba mal de los musulmanes, los acusaban. Yo me di cuenta de que no sabía nada de ellos y empecé a buscar información”. Recuerda que cuando empezó a sentirlo en su corazón cambió “un poco” su modo de vida. “Dejé de fumar y de beber, ya no visto con escotes o faldas cortas y, aunque sigo saliendo de vez en cuando con mis amigas, no lo hago tanto. Simplemente trato de llevar una vida más sana”.
Dejó pasar un tiempo hasta que se decidió a decirlo en casa, y sólo se atrevió a confesarse con su madre y sus hermanos. “Ella es profesora, ha estudiado sobre las diferentes religiones, ha estado con gente de otras culturas. Mi padre es más cerrado, un poco racista y me daba miedo su reacción”. Pero hay cosas difíciles de esconder, como el ayuno en el mes de ramadán…
Expresión de identidad
Un ‘hiyab’ tampoco se puede ocultar, por eso le obligaron a quitárselo. Así al menos lo cuenta la marroquí Mariam El Moden, de 22 años y que aunque ahora vive en Alemania con su marido, ha pasado toda la infancia y juventud en España. “Desde el día en que puse un pie en este país me han tratado mal”. Mariam ha tenido mala suerte, denuncia acoso e incluso agresiones físicas tanto en el colegio como en el ámbito laboral.
Con su título de auxiliar de enfermería comenzó unas prácticas en el Hospital Residencia Sant Camil donde la primera condición era que se quitara el velo. “Necesitaba mucho el trabajo así que accedí a quitármelo. Estuve de prácticas y después cogieron a mis seis compañeros, a todos menos a mí”. Mariam se pasó un año mandado su curriculum casi cada semana hasta que le llamaron para cubrir una baja en el turno de noche, “sin ‘hiyab’, claro”.
Por su parte, fuentes oficiales del centro han desmentido que tengan una política específica para el uso o no uso del velo durante el desarrollo de la actividad asistencial. No obstante, matizan que “existen unos criterios de uniformidad en los que se establece cuál debe ser la indumentaria del personal de enfermería, así como regulaciones acerca de joyería, pelo (debe estar siempre recogido). Es bajo estos criterios que se recomienda a todos los profesionales del área de enfermería que se ajusten por motivos de uniformidad del personal e higiene, con el fin de garantizar la máxima seguridad al paciente”.
La joven denuncia que el rechazo era constante: “Cuando los compañeros se daban cuenta de que no era española empezaban los problemas. Yo creo que no es ni por el velo ni por la religión, simplemente no quieren a los que son diferentes de ellos”. Amnistía Internacional recoge un estudio que sitúa la cifra de musulmanes en España en el 2,3% de la población.
Muchos de los consultados reconocen tener que esconder que son musulmanes en el trabajo… pero quieren mantener el anonimato. “¿Problemas? claro, no lo hablo de mi religión… mis jefes no lo tolerarían y yo de momento no tengo otro empleo”, dice uno de ellos.
Fuentes conocedoras de la comunidad musulmana en Madrid cuentan que, salvo raras excepciones, quienes acuden a las mezquitas para hacer la ‘Shahada’ nunca lo hacen acompañados por sus familiares, pese a ser un acto muy importante para ellos.
“Muchos creen que España es tolerante, también yo pensaba así, pero cuando tú eres la diferente comprendes, sientes, que sigue habiendo mucho rechazo”, sostiene Habiba.
El 37% de los españoles cree que es aceptable expulsar del colegio a una estudiante simplemente porque lleve el pañuelo y el mismo porcentaje afirma que deben apoyarse las protestas en contra de la construcción de lugares de culto musulmanes, según AI.