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A la ultraderecha europea nunca le ha gustado que la UE crezca, pero los ultras han ido ganando poder a medida que la Unión absorbía más socios. Suena contradictorio, pero es la pura verdad: a principios de año, varias formaciones ultranacionalistas y xenófobas pudieron formar grupo propio en el Parlamento Europeo porque lograron sumar los veinte escaños necesarios para hacerlo, gracias a la incorporación de eurodiputados búlgaros y rumanos. Mientras, los hermanos Kaczynski llevaban el ideario más radical de sus socios de Gobierno en Polonia a la mesa de negociaciones del Consejo, para oponerse a la Carta de Derechos Fundamentales, a la condena de la pena de muerte y a la censura de las actitudes homófobas. ¿Está la UE alimentando a la misma bestia que dice combatir?
El grupo Identidad, Tradición y Soberanía (ITS) tiene hoy 23 eurodiputados -tres belgas, tres búlgaros, siete franceses, dos italianos, seis rumanos, un británico y un austríaco-, algunos con apellidos famosos, como Le Pen -padre e hija- y Mussolini -la nieta del dictador italiano-. Casi todos provienen de partidos de corte neofascista al estilo de la UDC del suizo Christoph Blocher, pero de momento constituyen un revuelto de intereses atípicos que tienen poco que ver con los fascismos de la primera mitad del siglo pasado: no acuden a sus electorados con programas sociales, no vertebran grandes sindicatos ni pretenden hacerse con el voto de los trabajadores prometiendo empleos a mansalva. Ni siquiera son racistas en el sentido estricto del término, aunque sí comparten un odio feroz a la inmigración, la defensa de un nacionalismo extremadamente xenófobo y la desconfianza hacia la integración europea.
Francia
El Frente Nacional alcanzó su techo en las presidenciales del 2002, cuando rompió con el tradicional predominio de los grandes partidos y Jean Marie Le Pen pudo ofrecer como una victoria su enfrentamiento y derrota ante Chirac en la segunda vuelta. Desde entonces, el FN ha ido perdiendo fuelle, más aún desde que Sarkozy, en palabras del propio Le Pen, le «copiara» su programa electoral.
Bélgica
Los ultranacionalistas del Vlams Belang (Interés Flamenco), herederos de una formación ilegalizada por sus postulados abiertamente racistas, son la tercera fuerza en Flandes y la segunda en ciudades como Amberes. Sus símbolos y su imagen son de clara inspiración neonazi, pero su principal aspiración es lograr la independencia de Flandes y la escisión de Bélgica. Ya han conseguido que la derecha democrática entre al debate sobre el autogobierno de la región.
Países Bajos
El asesinato del ultranacionalista Pym Fortuyn en el 2002, al que siguió el del cineasta Theo Van Gogh dos años después, descabezó a la ultraderecha holandesa y dio inicio al declive de las formaciones radicales tradicionales. Pero también alimentó los argumentos de quienes desconfiaban del resultado del modelo holandés de integración. Es cierto que la otrora pujante Lista Pym Fortuyn se quedó sin representación en el Parlamento en las legislativas del año pasado, pero lo hizo alimentando al Partido de la Libertad, escisión de una formación conservadora y liberal, que basa su discurso en postulados homófobos y antimusulmanes, y que ya es la tercera fuerza del país.
Italia
La extrema derecha cuenta con varias etiquetas en Italia, y en varios partidos, desde la Alianza Nacional, de Finni, a la Forza Italia, de Berlusconi, pasando por la Liga Norte, de Bossi y Calderoli, conviven familias liberal conservadoras con grupos abiertamente neofascistas. Lugar aparte ocupa la Lista Mussolini, que lidera la nieta del dictador.
Alemania
La memoria histórica constituye un freno al renacimiento del nazismo, pero eso no quiere decir que Hitler no tenga herederos: el Partido Democrático Nacional y la Unión del Pueblo Alemán.
Austria
La experiencia ultraderechista de Jorg Haider aisló a Austria en la UE, pero la formación que lo apoyaba entonces, el Partido Liberal, sigue sustentando al Gobierno del canciller Schüssel, mientras que el BZO, que Haider fundó tras abandonar aquélla, cuenta con representación en el Parlamento de Viena.
Las elecciones del domingo en Suiza y Polonia nos han dejado resultados contrapuestos.
La noticia positiva es la victoria de los liberales polacos, que han puesto fin al experimento excluyente, vengativo, ultracatólico, homófobo, euroescéptico y chovinista de los terribles gemelos Kaczynski. Es cierto que Lech sigue como presidente y que podrá vetar algunas leyes, pero Jaroslav, el cerebro de la pareja, ha sufrido una clara derrota. Polonia vuelve a Europa con un Gobierno de centro-derecha homologable. La negativa es que la ultraderecha populista, racista y xenófoba de Blocher ha obtenido el mejor resultado de un partido en Suiza desde 1919. Su vídeo electoral, en el que se trata de eliminar a las ovejas negras para que no entren en el país, lo dice todo. Por cierto, los socialdemócratas se baten en retirada en toda Europa.
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