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Y Holanda no ardió. Reportaje Tolerancia e Islam.

    Tras el asesinato de Van Gogh, y pese a un reciente documental antimusulmán, el diálogo abierto, la labor social y una eficaz política antiterrorista conjuran la amenaza "yihadista". Geert Wilders ha colgado en Internet un documental que sostiene que el islam defiende el asesinato.

Si es verdad lo que se suele pensar en Occidente sobre la amenaza del radicalismo islámico, Amsterdam debería ser el paraíso del yihadista; un antro de infieles en el que los objetivos abundan. No hay más que dar un paseo por las animadas callejuelas de la ciudad más libertina de Europa: un momento, se ve a una prostituta casi desnuda, en un escaparate iluminado en rojo; el siguiente, un café en el que unos jóvenes sentados lían aplicadamente canutos de marihuana; a continuación (y con una frecuencia asombrosa en una Holanda mayoritariamente despegada de Dios), una iglesia convertida en restaurante o bar. En cuanto al aborto, la eutanasia y el matrimonio entre homosexuales, Holanda es líder mundial.

Por si todo esto no fuera provocación suficiente para los simpatizantes de Al Qaeda, los holandeses se han convertido, en todo lo relacionado con el islam, en los campeones globales de la incorrección política. No habrá otros lugares en los que pueda considerarse normal o, por lo menos, nada especialmente extraño, que a los seguidores del Profeta se les llame jodecamellos.

Para colmo, un populista de extrema derecha, Geert Wilders, acaba de colgar en Internet un documental ferozmente contrario al Corán en el que se argumenta, a través de una sucesión de imágenes violentísimas, que el islam fomenta el asesinato.

Sin embargo, en Holanda -donde viven casi un millón de musulmanes- no se ha producido la esperada reacción vengativa. Los gobiernos europeos se preparaban para enfrentarse a una repetición de lo que ocurrió con las caricaturas danesas -ira, disturbios, fatwas, en respuesta a la publicación de imágenes satíricas de clérigos islámicos-, pero no ha ocurrido nada. Si Wilders pensaba que su documental, titulado Fitna, encender el odio, iba a ser una profecía autocumplida, se equivocó. Fue un petardo mojado. La paz reinó en Holanda el día del estreno de la película y, dos semanas más tarde, sigue reinando hoy. Las mezquitas permanecieron en silencio (salvo para pedir más silencio) y los musulmanes holandeses no pudieron mostrarse más comprensivos ni educados.

La noticia más sorprendente es que no ha habido noticia. ¿Acaso Holanda ofrecerá motivos para creer que es posible frenar el radicalismo islámico en Europa occidental y que se pueda encontrar una fórmula que permita a musulmanes y no creyentes coexistir con respeto, cumpliendo la ley y en paz?

Porque en Holanda existe, precisamente, una fórmula. No es casualidad que la película de Wilders pasara prácticamente inadvertida. Fue, como dice Marilyn Haimé, directora del departamento de Gobierno, que encabeza la ministra de Integración, "fruto de una labor esforzada y paciente". El trabajo comenzó tras los atentados del World Trade Center y adquirió un carácter especialmente urgente cuando Holanda sufrió su propio 11 de septiembre, con el asesinato, en noviembre de 2004, del cineasta Theo van Gogh a manos de un joven islamista indignado -como se había sentido toda la comunidad musulmana de Holanda- por un descarnado documental que había rodado, titulado Sumisión, sobre el yugo de las mujeres en el islam. En un país orgulloso de su prosperidad y su progresismo, que se había librado en gran medida de las lecciones más duras de la historia desde la marcha de los españoles, a principios del siglo XVII, la muerte de Van Gogh fue un terremoto político. En el mes posterior al asesinato, la policía registró 8.000 reacciones violentas, desde la quema de una escuela islámica hasta actos de vandalismo en mezquitas, pasando por incidentes de escupitajos e insultos en las calles.

Ayan Hirsi Ali, la parlamentaria holandesa de origen somalí famosa por su franqueza y coinspiradora de la película con Van Gogh, tuvo que irse del país por miedo a morir, y pareció que Holanda estaba a punto de estallar en llamas. Sin embargo, tres años y cuatro meses después, la reacción ante un filme que es tan descarnado como el de Van Gogh, y no menos ofensivo, ha hecho que Haimé, la principal responsable gubernamental en el Ministerio de Integración, esté -según confiesa- "cautelosa siempre, pero muy contenta".

"Hace tres años, la situación estaba muy polarizada. Nos sentíamos muy vulnerables a las actividades de reclutamiento de los grupos radicales", explica Haimé, una esbelta abogada de rasgos asiáticos que llegó a Holanda procedente de Surinam a los 17 años. "Por eso elaboramos unos planes para estimular la resistencia democrática e impedir la radicalización en la comunidad musulmana. Ha sido una tarea dura y muy delicada".

Dura y delicada, al mismo tiempo, es lo que resume la estrategia holandesa, que se basa en el principio del diálogo y se construye en torno a una manía nacional por el debate, a la que se han incorporado cada vez más los musulmanes, y a la afición a sacar todo a la luz sin complejos. Muchas de las iniciativas han nacido dentro de la propia sociedad civil, que ha engendrado una epidemia de foros, comités de jóvenes y grupos de encuentro intercultural en todos los frentes. Un ejemplo es el caso de Tarik Yousif, un empresario de 31 años, de padres marroquíes, que durante dos años presidió cuatro debates a la semana. "Por agotamiento total, he tenido que rebajarlo en el último año a cuatro al mes", explicó.

Me entrevisté con Tarik en un centro juvenil de Amsterdam dos días después del estreno del filme de Wilders. El debate que le habían invitado a moderar era entre 25 jóvenes musulmanes y 25 miembros de la rama juvenil de un partido político de derechas en el que Wilders comenzó su carrera parlamentaria. El equipo musulmán estaba formado por hombres -algunos con barba, otros con chaquetas de cuero- y mujeres, algunas con las cabezas cubiertas, otras con vaqueros ajustados; el equipo de jóvenes holandeses blancos era casi completamente masculino, y algunos de ellos tenían un aspecto -con sus trajes oscuros y sus corbatas- como de pertenecer al ala del Opus Dei del Partido Popular. Pero ni este grupo ni ninguna otra persona protestaron porque les registrara, en la puerta, un hombre de aspecto árabe y silueta de luchador de sumo, y, una vez dentro, todos se comportaron de manera impecable durante dos horas y luego se quedaron a tomarse una cerveza o un zumo durante otras dos.

"La verdad es que fue un poco decepcionante", dijo Tarik con una sonrisa después, durante la cena. "Somos muy directos los holandeses y, gracias a eso, hemos avanzado mucho, pero este grupo parecía haber superado todo eso. Todos hablaban de la necesidad de entenderse mejor unos con otros, de conocer los barrios del otro, hacerse amigos...".

Tarik, cuyo padre, marroquí, limpiaba aviones en el aeropuerto de Amsterdam hasta que se jubiló, estudió en Marruecos y Egipto, habla perfectamente árabe (además de inglés), triunfó como ejecutivo en una asesoría multinacional cuando era muy joven, fundó una revista dirigida a holandeses de minorías étnicas y hoy dirige una empresa de informática. Tiene la piel morena y lleva barba, bebe cerveza, está casado y tiene un hijo con una mujer holandesa de origen rural, es musulmán practicante, y cuando saluda a una mujer, le da tres besos -como hacen los holandeses- en las mejillas. "Todos me odian por igual", se ríe. "Estoy hecho que ni pintado para ser un árbitro intercultural". Como tal, el debate extraordinariamente armonioso que moderó -toman-do en cuenta que acababa de salir el documental de Wilders- ofreció un fiel reflejo de los progresos que, en su opinión, están consiguiendo cerrar los abismos que se abrieron con la muerte de Van Gogh. "El gran valor de todos estos debates es que quitan acero a los problemas. Temo, eso sí, lo que podría pasar en caso de que hubiese un atentado. Pero estamos ganando. Lo he visto en este último debate y lo veo cada vez más desde hace seis meses".

Farid Tabarki, que es mitad tunecino y mitad holandés, también lo ha visto. Y también está bien situado para valorarlo. Es uno de los fundadores de Cool Politics, una organización dedicada a crear conciencia política entre los jóvenes, y presenta un programa de (¿cómo no?) debates en MTV, la mayor parte de ellos -por demanda popular- sobre multiculturalismo e integración. "Lo más importante que ha ocurrido en los dos últimos años es que se ve a muchos musulmanes en televisión, participando en la sociedad con una voz propia", explica. "Yo viajo mucho por Europa y veo claramente que Holanda, que siempre se ha considerado un país de vanguardia (aunque antes era en cosas como el matrimonio homosexual), está una vez más encabezando el debate. Incluso el hecho de que haya gente de extrema derecha que dice esas cosas tan intolerables es, a su manera, un fenómeno de vanguardia que sirve para empujar los límites del pensamiento y obliga a la gente -aunque primero tenga que enfadarse- a hablar y definirse".

Farid, que lleva a cabo investigaciones sobre integración para varios think tanks europeos importantes, es de las personas que más tienen tomado el pulso a la juventud holandesa. "Este tradicional modelo holandés, como le llamamos, de hablar y hablar hasta que todas las partes se pongan de acuerdo está calando en todos los sectores. Siento optimismo porque aquí salen muchas buenas ideas".

Una de las mejores ideas la ha tenido el Ayuntamiento de Amsterdam, que ha creado una sofisticada unidad, única en Europa, cuyo propósito general es eliminar el peligro del terrorismo de raíz. Construida a partir de una red de funcionarios expertos en todo tipo de cosas, como religiones de Oriente Próximo, trabajo social y labores de inteligencia, cubre un amplio terreno y es capaz de adoptar lo que los entendidos llaman un enfoque duro o blando, según las circunstancias. Opera, por un lado, como un grupo de recogida de datos que identifica a jóvenes radicales que pueden ser peligrosos e informa sobre ellos a la policía, o los pone en manos de líderes musulmanes moderados con una alta credibilidad religiosa; y, por otro, tiene el objetivo a largo plazo de abordar lo que sus miembros llaman "el caldo de cultivo social" de los radicales, abriendo cauces de comunicación con la comunidad musulmana.

Es una de las ventajas de tener a expertos en religión en esta unidad especial que, en una labor que a la policía le costaría hacer por sí sola, son capaces de distinguir entre las personas que se comportan de una manera estrictamente religiosa, siguiendo las normas ortodoxas (que suele ser lo que ocurre el 80% de las veces que se reporta un caso sospechoso), y las que albergan ideologías posiblemente violentas. "En este tipo de casos, la proporción entre detenciones y condenas es muy baja en los países occidentales", dice un experto cercano a la unidad antiterrorista. "Dedicamos un montón de esfuerzo, experiencia y conocimiento para hacerlo bien, para distinguir entre el tipo con barba y el tipo que lleva la bomba".

El alcalde de Amsterdam, Job Cohen, ha respaldado la discreta labor de esta sofisticada unidad antiterrorista con llamativos gestos públicos. En una mezquita de Amsterdam, poco antes de que se estrenara el filme de Wilders, Cohen -que es judío, como sabe todo el mundo- se levantó y pronunció un discurso en el que exclamó: "¡Todos estamos contra los extremistas y todos estamos unidos!". Le respondió una cálida salva de aplausos, y otra aún más sonora cuando añadió: "¡Esto es Amsterdam! Vuestra religión, vuestras creencias, vuestras costumbres, ¡todas son bienvenidas!".

Todos estos miles de iniciativas -públicas y privadas, locales y discretas- han preparado el terreno para una respuesta de los dirigentes de la comunidad musulmana holandesa que ha representado un nuevo paso en las relaciones entre musulmanes y europeos. Mohammed Rabbae, presidente del Consejo Nacional Marroquí de los Países Bajos, se hizo eco de las opiniones de todos los líderes musulmanes representativos cuando, al día siguiente de que se emitiera el filme, declaró: "Holanda es nuestro país y trataremos, en colaboración con nuestros compatriotas, de encontrar el tono adecuado (...) para, por fin, alejarnos de la polarización existente en nuestra sociedad, para que podamos llevar adelante nuestras vidas cotidianas y no tengamos que tener miedo unos de otros".

Esas palabras, y otras muchas como ésas de otros dirigentes musulmanes, son música celestial para Marilyn Harmié, que está al frente del departamento de Integración del Gobierno desde que se creó, hace ocho años. "Vieron que Wilders estaba intentando elevar la temperatura y ellos decidieron bajarla. EL nuevo avance fundamental ha sido un sentido de responsabilidad mutua; la comprensión, por parte de las minorías étnicas, de que no deben verse sólo como víctimas, sino que deben tratar de entender y aceptar la sociedad tal como es".

El gran perdedor en todo esto ha sido el agitador Wilders. Bas Heijne, escritor y famoso columnista de periódicos, dice que, antes de que se aireara la película, escribió que "la mejor respuesta a Wilders quizá sea el propio Wilders", y ahora da la impresión de que tenía razón. "La suave reacción demuestra que se equivocó al promover una caricatura del musulmán medio como una especie de animal. Las exageraciones de Wilders hacen que personas que podían tener reservas respecto al islam adopten posiciones más generosas y matizadas".

Tarik Yousif dice que el problema que ha tenido Wilders es que los holandeses normales y corrientes -como sus suegros- le han mirado y han dicho: "No, nosotros no somos así. No somos como tú, Wilders". Todo ese constante diálogo y debate, en cuyo centro ha estado Tarik y que él encarna como hombre plenamente holandés y plenamente musulmán, ha valido la pena. "La gente ve que los musulmanes no tienen cuernos", dice Tarik. Y que no están cediendo a la tentación de hacer saltar la impía Amsterdam en pedazos. Una gran ventaja de los millones de horas de charla que ha provocado el debate sobre el islam, en opinión de Tarik, es que ha ayudado a los musulmanes a comprender mejor los procesos mentales de la mayoría holandesa tradicional. "Los musulmanes están empezando a comprender que tiene que ser difícil encontrarse, de repente, con que tus ciudades están cambiando de aspecto, con la llegada de gente nueva que tiene un aspecto distinto y es muy religiosa, lo cual, en un país no religioso como éste, les parece extraño y amenazador".

Tarik, por más agotamiento que le haya causado su entrega personal a la causa, insiste en que lo que se necesitan son incluso más debates. "Lo ideal sería que los 16 millones de holandeses se sentasen a hablar. Pero, por ahora, debemos canalizar lo obtenido y seguir intentando comprendernos para poder lograr lo que -salvo una pequeña minoría radical- todos queremos, que es una sociedad común, de valores democráticos compartidos".
El País.