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Jonathan Littell trata ahora a Léon Degrelle.

    PARIS.- Jonathan Littell (Nueva York, 1967) se expone en el escaparate editorial dos años después de haber hecho historia con Las benévolas, aunque la reaparición chez Gallimard es una consecuencia del best seller. Hasta el extremo de que el escritor franco-americano redunda en la intrahistoria de la II Guerra Mundial y rescata de su primer libro la figura real de Léon Degrelle. Muy bien conocida en España porque Franco le permitió un exilio aristocrático y porque el oficial belga de las SS murió plácidamente a los 87 años en un hospital de Málaga.
Le impresionaba a Jonathan Littell el personaje de Degrelle. Tanto por su fama de soldado inmortal como por la velocidad con que accedió al círculo de estrecha confianza del Führer. Primero fundó la Legión de Valonia, sobrenombre de un contingente de voluntarios belgas que colaboraba con el ejército nazi. Después fue asimilado como un héroe en las Waffen-SS. Y finalmente, Himmler lo elevó al rango supremo de general.

Littell se ha preocupado de documentar la ejecutoria y la biografía de Degrelle con extraordinaria escrupulosidad. Ya lo hizo para construir el personaje ficticio de Max Aue en Las benévolas, aunque la segunda entrega se diferencia de la anterior porque Le Séc et L'Humide, he aquí el título, está concebido como una especie de ensayo quirúrgico.

Tanto es así que el punto de partida consiste en las memorias que escribió Léon Degrelle. Fascinantes, estomagantes y sobrecogedoras por la normalidad con que el llamado Führer belga evocaba los avatares de la II Guerra Mundial y subestimaba la evidencia del Holocausto.

El retrato y la autopsia de Littell describen a Degrelle como el arquetipo del colaboracionista. Un icono de la propaganda nazi. Un anciano sin sentimiento de culpa. Un ario irreductible que perseveró en su visión del fascismo sin importarle el genocidio ni la muerte de Adolf Hitler.

Lo demuestran las imágenes que inmortalizan a Degrelle entrado en años y vestido con el uniforme de coronel de las SS en el jardín de su residencia malagueña. Un privilegio escénico que se añadía a un privilegio oficial: Franco no se conformó con darle custodia. Le entregó el pasaporte español, le permitió publicar su ideario fascista-racista y nunca tuvo en cuenta el desahogo con que el propio héroe nazi prodigaba la mitomanía al Führer: «Hitler era un hombre de impresionante majestad. Tenía los ojos vivos y buenos. Caminaba derecho como un pino de los Alpes».

Degrelle se convirtió en José León Ramírez Reina. Una tapadera para escapar de la condena ejemplar que le habían aplicado en Bélgica y un modo de reciclarse en el oficio constructor. Siempre con la ayuda de Falange Española y sin lugar al arrepentimiento o el perdón.

El libro de Jonathan Littell hubiera sido inconcebible sin la impresión que le produjo una fotografía de Degrelle a bordo de un tanque. Le acompañan sus tres hijos pequeños. Y todos alzan el brazo derecho. Sonriendo como si la mandíbula se les hubiera desencajado. Estamos en Bruselas (1944).

«Contemplar semejante escena me produjo una terrible sensación de horror», precisa Littell. Insistiendo en esa idea de la euforia y del delirio con que los jerarcas nazis se abstraían de la propia barbarie y evitaban, incluso, admitir la proximidad o la certeza de una derrota militar.

Littell ha tomado ciertas precauciones en su reaparición. Ha evitado escribir otra novela. Y, a diferencia de Las benévolas, se ha abstenido de redactar un volumen de 900 páginas. Le Séc et l'Humide, previsto en las librerías el 10 de abril, únicamente abarca 148.

¿Miedo escénico? Es probable. No sólo por el éxito comercial y por los elogios de la crítica internacional que alimentaron el best seller. También porque la sacudida editorial de la anterior novela convierte a Littell en el principal rival de sí mismo. Sin perder de vista una curiosidad que emparenta las dos obras: Degrelle aparece citado como un fantasma en la boca de Max Aue. Una vez en el Cáucaso. Otra cuando el Reich se desmorona.

El Mundo. 4 de abril de 2008