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STOP A LA VIOLENCIA. POR LA CONVIVENCIA DEMOCRATICA.

    Los sucesos acaecidos en Madrid durante el fin de semana, desde el enfrentamiento entre grupos extremistas hasta la muerte de un marroquí a manos de un portero de bar de copas, junto a otros hechos menos conocidos, constituyen episodios reiterados de hechos similares(ya son tres muertos en zonas de copas este año y diversos enfrentamientos), que se producen y no reciben una adecuada respuesta institucional democrática.

El ataque de un grupo extremista con hachas y navajas a otro grupo neonazi en la zona de Canillejas que ha dejado heridos de diversa consideración, carece de cualquier justificación y legitimidad democrática. Ni el asesinato de Carlos Javier Palomino, ni las provocaciones xenófobas, legitiman a nadie para salir de “cacería”, mimetizando prácticas de grupos neofascistas que la sociedad civil sistemáticamente denuncia y reprueba.

En cuanto al homicidio del joven marroquí al que se le niega la entrada en un bar de copas, de nuevo el crimen revela la ausencia de control de esos autodenominados “porteros de seguridad” con independencia de las circunstancias personales de los contendientes. La práctica del derecho de admisión está reglada y no es arbitraria o xenófoba, y en cualquier caso ni se llevan navajas, menos se usan, y se requiere ante un conflicto la presencia de la policía.

La violencia es contraria a los valores democráticos. La legalidad y la legitimidad del rechazo a la violencia queda claramente establecida en nuestra Carta Magna, como también suceden con el conjunto de normas del marco jurídico de nuestro país. Sin embargo los comportamientos violentos están más extendidos, difundidos y generalizados que nunca. La convivencia democrática descansa en un principio: niega la violencia.

Desautorizada la justificación del recurso a la violencia, ahora conviene dirigir la mirada a las Instituciones Públicas porque les corresponde, comenzando por el Gobierno y extendiéndolo a todos los niveles y ámbitos, adoptar las medidas y políticas adecuadas para que la acción violenta ni encuentre pensamiento, ni resultado y por el contrario, obtenga la sanción pertinente que la sociedad reclama.

Esta demanda a las instituciones debe comenzar por recordar que ni tienen que minimizar los problemas, mucho menos ocultarlos, ni deben reducir su actuación a la fase final del problema, es decir, limitarse a actuar cuando todo ha pasado y perseguir el delito violento. Antes se debe de actuar, se debe prevenir, concepto político hoy en desuso, se deben adoptar medidas y la pasividad institucional debe finalizar.

Esto supone, al respecto de lo señalado, poner fin a la inseguridad en el acceso a los bares de copas, aplicando con rigor la normativa de funciones de los porteros de “seguridad” que limita su función a un control de taquilla de entrada, y ser rigurosos con la normativa de admisión para que esta no se use arbitrariamente y genere mayores problemas por discriminación.

Esto también supone impulsar un plan de prevención de la violencia y de la xenofobia, con el objeto de poner fin a la espiral de violencia que se viene produciendo en Madrid y en otras ciudades desde hace meses entre grupos extremistas, con independencia de las razones que muevan a unos y a otros. No es posible y hay que rechazar aquello tan contrario al derecho democrático del ¡ojo por ojo!, pues como plantea la razón y la conciencia, de seguir por esa senda “el mundo acabaría ciego”.

Esto supone, en definitiva, un compromiso de partida, cual es negar espacio político, ideológico, cultural o social a la violencia, por mucho que se invoquen ideales justicieros, patrióticos, religiosos o sociales, un compromiso congruente de las instituciones y de la sociedad, en defensa de los Derechos Humanos y por tanto, el derecho a vivir sin temor, disfrutando de la libertad y dignidad inherente a todas las personas.

Conviene por tanto encarar el problema de la violencia, que identifiquemos las semillas y el hábitat donde crece, el alcance y naturaleza del iceberg maligno, que observemos sus consecuencias, que aprendamos a prevenirla y a trabajar para evitarla, que no abdiquemos de nuestro objetivo superior: erradicar estas conductas que violan la dignidad, la libertad, la integridad y la vida de las personas, en definitiva que vayamos saliendo poco a poco de la violencia porque ahora, estamos en ella.

Esteban Ibarra
Presidente
Movimiento contra la Intolerancia