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CIVILIZAR LA GLOBALIZACIÓN

    La Globalización o mejor la mundialización de los mercados comerciales y financieros, que no la mundialización de la democracia y de la justicia o la libre circulación de personas para el acceso al trabajo, está provocando profundas transformaciones sociales, políticas, culturales y ambientales. Presentada como irreversible, impulsada por el avance tecnológico en la información, transportes y comunicaciones, y favorecida por la crisis del modelo surgido del régimen leninista en los países del Este y del resto de su área de influencia, es la gran excusa que utiliza el fundamentalismo neoliberal para desbrozar y eliminar cualquier obstáculo en la dinámica de acumulación de capital de los viejos y nuevos poderes económicos que dominan el planeta.
Con esta excusa de la globalización se ha incrementado la explotación de la mayoría, se agravó el expolio y la degradación ambiental, creció la miseria, la pobreza y la exclusión social, aumentó el desgobierno mundial mediante el ninguneo de las instituciones internacionales y la sumisión al hegemonismo gubernativo norteamericano, se frenó el avance de la democracia , de los derechos humanos y de un desarrollo sostenible, en definitiva, se atacó a la línea de flotación de un progreso de la humanidad coherente con los principios de igualdad, solidaridad, verdadera libertad y respeto al medio ambiente.
A su vez se pone de manifiesto en la nueva situación, además de los efectos especialmente duros entre los mas desfavorecidos y el Medio Ambiente, la evidente falta de capacidad de los sectores progresistas de reaccionar con prontitud, con coherencia estratégica y con voluntad unitaria al servicio de los intereses generales de la sociedad, frente a la triple crisis que vivimos; a saber, una crisis económica y ecológica generada por una dinámica enloquecida de acumulación de capital, una crisis del estado de bienestar, incapaz de responder al envite globalizador neoliberal en el ámbito nacional y no digamos en el internacional , ante el que está fuera de juego, y una crisis de proyecto transformador, desde un punto de vista progresista, que conecte necesidades reales con las raíces humanistas y de izquierda, y con el desafío ecológico que requiere un mundo sostenible, en pocos años de 7.000 millones de personas.
Hacia el desastre neoliberal
Expresaba Susan George en el Informe Lugano que al identificar las amenazas y obstáculos y examinar el rumbo de la economía mundial, el riesgo genocida sobre la mayoría de la población está encima de la mesa. Incluso observando las pandemias actuales podemos no dudar de esa premisa. En efecto, el peligro de una quiebra ecológica potencialmente catastrófica, o de la muerte por hambrunas y enfermedades, puesta de manifiesto en la última Cumbre de la Tierra, señala no solo que el mensaje ha de ser “proteger o morir”, sino que incluso los análisis de las economías han de hacerse en términos de flujos de energía y de entropía, entendiendo el sistema económico como un subsistema del mundo natural en donde rigen las leyes de la Termodinámica. De una manera mas explícita, la economía está contenida en un mundo físico y no al contrario, la realidad de la biosfera es algo dado y las consecuencias ambientales de la contaminación, residuos y calor disipado no son medibles en costes económicos reversibles o trasladables a otro sistema fuera de nuestro mundo finito.

De igual manera el crecimiento pernicioso, medido por un PIB que no distingue entre bienestar y producción de armamentos, construcciones de prisiones, reparaciones por atentados terroristas o gastos por enfermedades desarrolladas en el seno de un modelo “insostenible”, queda en manos de un mercado desregulado que distribuye con criterios que hacen posible que Bill Gates, Warren Buffet y el Sultán de Brunei, tres de las fortunas mas ricas del planeta, tengan activos que superen la suma del PIB de los 50 países mas pobres. El libre mercado resulta por si mismo tan “ultra”eficaz y justiciero en la distribución de recursos que 35.000 niños mueren cada día por hambrunas asesinas, o que 450 multimillonarios “valen” lo mismo, en términos de renta percapita, que 500 millones de personas del Tercer Mundo, según PIB de sus países.

Pero además, los peligros que origina la voracidad de la dinámica de acumulación ha dado pié a un capitalismo gansteril configurado en economías paralelas basadas en el narcotráfico, contrabando de armas, blanqueo de dinero y corrupción de todo tipo que mueve billones de dólares y que día a día incrementa su expansión. Un peligro que se añade al de los ataques de locura motivados por la especulación financiera que muestra la volatilidad inherente de los mercados financieros y los peligros de un crak como sucedió con la crisis asiática, cuyo impacto social conllevó, entre otras consecuencias, el aumento del desempleo, descenso de niveles reales de salario, crecimiento de los niveles de pobreza, aumento de precios, debilitamiento de las redes de seguridad social y el aumento de la violencia.

La idea de un impuesto sobre transacciones financieras lanzada por Tobin, o la creación de un mecanismo de emergencia que permitiese penalizar fuertemente la huida de capitales en momentos de crisis, la Tasa Spahn, junto a otra propuestas solidarias tipo 0’7 y de condonación de la deuda externa, los acuerdo de Kioto y otras propuestas de Naciones Unidas, resultan cuando menos urgentes como medidas de primeros auxilios ante unos síntomas agonizantes que requieren otro proyecto, otra propuesta que supere la globalización neoliberal.
Civilizar la barbarie
Como dicen Oskar Lafontaine y Crista Muller, “no hay que tener miedo a la globalización”, y es que también otro mundo es posible, otra globalización podría ser alternativa a la neoliberal, siempre y cuando la civilicemos al igual que antaño los ciudadanos del Mediterráneo hicieron con los bárbaros del Norte. Dice Lafontaine y con razón, que junto a un mercado fuerte es necesario un Estado fuerte que debe velar por el interés general ante el conflicto de intereses que obviamente se evidencia con las multinacionales; que la política fiscal debe de orientarse al restablecimiento de la equidad por razones de justicia y también por razones de eficacia para evitar deprimir el consumo y que repercuta en el crecimiento y desempleo; que la política fiscal y la monetaria deben de coordinarse para que el Estado suavice los efectos del ciclo económico; que el aumento de la competitividad ha de buscarse por la innovación y cualificación, no disminuyendo costes laborales o desmantelando el Estado del Bienestar; que el pleno empleo es posible con el reparto de trabajo y la competitividad; y que todo ello , el crecimiento, debe ser compatible con el medio ambiente en un programa que no olvide la protección social de la población y la sostenibilidad ecológica.

En efecto, esta línea de economía social y ecológica de mercado debe ser uno de los pilares sobre el que debe edificarse un nuevo proyecto progresista que emerja de la actual crisis. Un pilar que debe de ir acompañado por una globalización de la democracia, una extensión, profundización y aplicación integral de los valores democráticos, de la participación cívica, de los derechos humanos, por el desarrollo de una ética común, de mínimos, respetuosa con la dignidad de todos y la diversidad, garante de los derechos fundamentales de los que nadie debe ser excluido, coherente con la mundialización de las migraciones y las profundas repercusiones sociales y culturales que conllevan, antídoto de nacionalismos excluyentes, integrismos, xenofobias y racismos, y de cualquier otra expresión totalitaria y criminal de la intolerancia que ha lacerado la historia de la humanidad.

Y como estos dos pilares son imposibles sin voluntad política de aplicación, resulta necesario un tercero fundamentado en el desarrollo de instituciones mundiales, regionales, nacionales y locales que sean verdaderamente democráticas, refundando si es necesario Naciones Unidas y otros organismos internacionales, creando poderes democráticos que eviten que organismos y grupos de poder alejados de la voluntad de la ciudadanos decidan, en público o en la sombra, el destino de millones de personas, y también como no, mediante instituciones que apliquen el principio de Justicia Universal a través de instrumentos como el Tribunal Penal Internacional y aquellos otros que estén al servicio de garantizar la resolución pacífica de los conflictos erradicando el terrorismo y desterrando la guerra.

No obstante todo ello será inalcanzable sin un replanteamiento de fondo sobre la actuación estratégica y ética de las organizaciones progresistas y democráticas. Este es el cuarto pilar, que debe de perseguir promover la idea de alianza del Estado y de la Sociedad Civil frente a la arrogancia de unas fuerzas desbocadas que dominan el mercado y que ponen en riesgo incluso la vida de todos; por el contrario hasta ahora solo hay abdicación del estado frente al mercado e instrumentalización y bloqueo antidemocrático de las organizaciones de la sociedad civil. A su vez la izquierda política tiene deberes pendientes muy importantes como el de articular algún instrumento internacional eficaz que supere la inoperancia actual de sus Internacionales, buscando impulsar de manera resuelta estos objetivos, y en el ámbito nacional, favorecer la democracia interna y la participación de su militancia y colaboradores, en coherencia con el objetivo de democratizar la democracia. De igual manera debe de superar los residuos totalitarios del pasado, cuyo poso está aún presente en múltiples ámbitos, así como establecer pactos con las organizaciones progresistas de la sociedad civil basados en el respeto y colaboración, enterrando viejas prácticas bolcheviques instrumentalistas de “correa de transmisión” que en definitiva, impiden el avance de la acción democrática.

Sin estos pilares o presupuestos de partida, sin un proyecto que opte al menos por una economía de mercado social y ecológico, por una mundialización democrática, por una ética cívica universal y por una nueva fuerza estratégica de progreso, el objetivo de civilizar la barbarie será una tarea imposible y el horizonte resultará probable y dramáticamente incierto.

Esteban Ibarra.
Presidente del Movimiento contra la Intolerancia.