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YES, WE CAN...... MUCHAS FELICIDADES

    "Sueño con que mis cuatro hijos vivan un día en un país donde no se les juzgue por el color de su piel", dijo hace 45 años King en un EEUU muy distinto, en el que la posibilidad de que un negro llegara a la Casa Blanca parecía imposibles de alcanzar. Coincide con el aniversario de la insumisión de Rosa Park en un autobús a la humillación racial que sufrían los negros en los transportes públicos.

El triunfo de Obama en las elecciones ha sido histórico para EE.UU. y como hemos comprobado, para todo un planeta necesitado de esperanza en un cambio por la justicia y la dignidad. Además tiene un significado especial para la lucha contra el racismo y la intolerancia, se acabó justificar la subalternidad y la discriminación por una falaz diferenciación racial. Aquí esta, un joven negro alcanzando un liderazgo mundial y asumiendo la mayor responsabilidad ejecutiva política que se desarrollar en la actualidad. Un ciudadano demócrata que nos invita a todos a cambiar el mundo, que nos devuelve la ilusión por transformar un presente insoportable con horizonte incierto, en un presente digno y solidario con un futuro edificado desde la justicia social. Un político comunitario y cosmopolita que nos invita a participar en un cambio posible, no a golpe de revolución y si a paso decidido y firme de una reforma permanente de la democracia.

El triunfo de Obama y de la ilusión colectiva no hubiera sido posible sin la clarividencia de los jóvenes norteamericanos, de las mujeres y de la diversidad étnica, negros e hispanos, que han votado masivamente esta opción junto a aquellos hombres, todavía en minoría, que también apostaron por la audacia de la esperanza. Obama encarna el sueño de reconciliación en un país con profundas divisiones raciales y sobre todo el fin de un ciclo belicista y nefasto para la humanidad.


Esteban Ibarra
Presidente de Movimiento contra la Intolerancia


ADÍOS A LA RABIA. Josep Ramoneda 5.11.2008. EL PAIS

¿Qué es lo que esperan los ciudadanos europeos del nuevo presidente americano? Lo diré con una frase de Joseph Nye: "Que Estados Unidos deje de ser exportador de rabia y miedo". La Administración Bush ha puesto en escena lo peor de la política americana: la arrogancia del maniqueo que lo simplifica todo; el provincianismo del que se cree pueblo elegido; y el militarismo de la impotencia. Europa quiere que esta página pase ya y que se puedan reanudar unas relaciones entre iguales, no sometidas al capricho del que premia a los que obedecen y castiga a los que tienen ideas propias.

Con la legalización de la tortura, Bush dejó claro que todo estaba permitido, con lo cual no puede sorprendernos que este desastre económico que llamamos crisis haya sido causado por quienes creían que tenían impunidad absoluta. Con la doctrina del eje del mal, recuperó un discurso belicista que recordaba el de la guerra fría, aunque sin el paraguas nuclear como garantía de la imposibilidad de la guerra. Esto es lo que muchos europeos esperan que el nuevo presidente entierre para siempre.

En la sociedad global, el gobierno de la principal potencia debe asumir una cultura cosmopolita. El cosmopolitismo, para sintetizarlo al modo de Kwame Apphiah, "es universalidad más diferencia". El cosmopolita respeta las diferencias por respeto a las personas y porque sabe mantener la actitud crítica hacia sus propias certezas. Y al mismo tiempo, entiende perfectamente que la diferencia no puede justificar ninguna forma de desprecio de los demás. Lo contrario del cosmopolitismo es el provincianismo del que se cree poseedor de la verdad y se empeña en imponerla por la fuerza física o moral a los demás. El retorno del cosmopolitismo a la política americana es lo que Europa espera.

Sólo así se darán las deseables relaciones de colaboración y respeto mutuo. Sólo así se podrá encauzar el caos global hacia formas de cooperación mundial. Y sólo así la democracia dejará de ser vista en muchos lugares del mundo como un arma más del imperialismo americano.

Europa ha de poder decir no a Estados Unidos y viceversa, pero ambos tienen la obligación de buscar las maneras de colaborar útilmente en una tarea urgente que con Bush era imposible: construir los mecanismos necesarios para gobernar la globalización. Y garantizar una alianza no de civilizaciones sino de demócratas que impida que el mundo entre en una fase caótica entre el capitalismo autoritario y la cada vez más emergente criminalidad económica. Menos odios, menos insolencia, menos miedo, más política y más empatía. Es la esperanza de los que deseamos volver a hablar bien de Estados Unidos.



EL MUNDO. Editorial

Cuando el niño Barack Obama acababa de cumplir un año, el entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, se vio obligado a enviar 400 agentes federales y 3.000 soldados para detener las violentas manifestaciones de blancos segregacionistas que impedían que un estudiante negro pudiera inscribirse en la Universidad de Misisipí.

Aquel estudiante, James Meredith, fue ayer, a sus 75 años, testigo de cómo un negro era elegido para desempeñar el cargo con más poder en su país y en el mundo.

Pasara lo que pasara, las elecciones de 2008 parecían destinadas a hacer Historia. Hacía medio siglo que no había una competición tan abierta, en la que no se encontraba ningún presidente o vicepresidente entre los candidatos. La apuesta de Hillary Clinton por la nominación demócrata hizo que muchos considerasen por primera vez la posibilidad de que una mujer ocupase la Presidencia.

Y ayer, una victoria de los republicanos habría colocado, también por vez primera, a una mujer en la Vicepresidencia. Pero el mayor salto histórico lo encarnaba sin duda Barack Obama, al aspirar a ser el jefe de Estado, líder del Gobierno y comandante en jefe de un país donde hace menos de 150 años era legal tener esclavos negros.

El sentido de estar viviendo un momento histórico, unido al hastío generado por los ocho años de gestión de George W. Bush, han llevado al pueblo norteamericano -conocido por sus altos niveles de abstención- a acudir en masa a las urnas, aunque para muchos eso supusiera esperar entre una y dos horas haciendo cola, incluso bajo la lluvia.

Que Obama pueda ganar con la participación más alta que ha conocido la democracia estadounidense desde que a la mujer se le reconoció el derecho a voto en 1920, no hace sino intensificar los ribetes históricos de su victoria.

Cierto es que tanto el color del mapa electoral como, sobre todo, las cifras de voto popular demuestran que la sociedad estadounidense sigue estando muy dividida y que el ganador debe hacer un esfuerzo por ignorar en parte las demandas del partido al que pertenece a fin de convertirse en el presidente de todos.

Más si cabe cuando a su llegada a la Casa Blanca los demócratas van a añadir una mayor ventaja tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. En este sentido, también Obama resultaba una mejor elección que McCain, pues es el que más ha apelado a la unidad y ha hecho bandera de la necesidad de acuerdos mientras el republicano enarbolaba las más manidas etiquetas partidistas.

El nuevo presidente electo ha sido capaz de inspirar a la nación en un momento en el que la desconfianza y el desánimo estaban más que justificados. Si las decisiones y el equipo le acompañan, esa extraordinaria capacidad de persuadir hará de él un gran presidente.

Tal y como el reverendo Martin Luther King anheló hace 45 años a los pies del monumento a Lincoln, sus hijos viven ya en una nación que les juzga "no por el color de su piel sino por su valía personal". Porque el valor de la elección de Obama es precisamente que no ha hecho campaña como un americano negro, sino como un americano ejemplar. Y al hacerlo así, su elección demuestra que no sólo el "sueño" de King se ha cumplido, sino también el más auténtico y genuino sueño americano que promete la igualdad de oportunidades a cambio de esfuerzo y determinación.