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LOS SIN TECHO

    Ciudadanos sin un rincón donde guarecerse, gentes que vemos todos los días refugiándose con mantas o cartones en el Metro, en los cajeros de los bancos, en soportales o en cualquier esquina parapetados ante al azote del aire y la lluvia en las duras noches de invierno. Son el rostro cenagoso de nuestro progreso, los excluidos del sistema, los invisibles de un país situado entre los 20 mas ricos del planeta, gentes que viven sin hogar y en marginación extrema.

Tienen una media de cuarenta años, en general son solteros y de bajo nivel de estudios y muchos con problemas de alcoholismo y de salud; son personas que configuran un cuarto mundo que crece con sigilo pero sin tregua y que alcanza ya a bastantes decenas de miles de personas en España; es un colectivo del que forman parte cada vez mas mujeres, jóvenes e inmigrantes. Gentes, todas, de las que realmente nadie se ocupa y a los que solo llega un soplo solidario de alguna ONG o de la beneficencia religiosa.

Hace unas semanas moría un sin techo, Benigno, el frío se cobraba su primera víctima en Madrid; también hace unos meses, Antonio moría apuñalado por neonazis durante una madrugada en el centro de la capital; a Benigno y Antonio, pocos les echarán de menos, solo quedará un vago recuerdo en quienes sobrevivían con ellos, ante sus mismas circunstancias y los mismos peligros. ¿Cuántos sufrirán irreparablemente el invierno? ¿Cuántos padecerán las salvajes agresiones racistas? Cuando el frío aprieta y la fobia ataca, solo falta que aceche la insolidaridad.

Y es que la miseria crea mártires anónimos; víctimas de la intolerancia de exclusión o de la intolerancia de adolescentes criminales, este colectivo necesitado de una eficaz ayuda pública, observa noche a noche como la sociedad consumista les da la espalda, incluso retirándoles en la calle la mirada que automolesta a los ojos del alma. La opulencia navideña tiene con ellos un bárbaro contraste no solucionable con limosnas o con aquello de “ponga un pobre en su mesa”, aunque sean bienvenidos los gestos humanitarios.

Sin embargo esto no es fruto de una fatalidad, ni hay porque resignarse a que siga el flujo de excluidos en nuestra sociedad del “bienestar”. Las administraciones del Estado Social tienen el deber de implementar alternativas para cambiar la situación. A aquellos que ni siquiera les queda voz para hablar de sus necesidades, defender sus derechos o plantear su integración , también les debemos un lugar donde les alcance la justicia y la fraternidad. Solo con ellos podremos recuperar una dignidad colectiva perdida.

Esteban Ibarra.
Presidente Movimiento contra la Intolerancia.