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Durante 39 años nadie logró romper su silencio sobre aquellos terribles días en el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, donde fue deportada por el ejército alemán junto a toda su familia en marzo de 1944 antes de cumplir los 14 años. Violeta Friedman que había nacido en 1930 en Marghita, entonces una pequeña ciudad de Hungría y posteriormente de Rumanía, estaba convencida de que esa era la mejor manera «para olvidar lo inolvidable».
Tres días y tres largas noches duró el viaje en tren hacia el campo de la muerte. La misma noche de su llegada, sus padres, sus abuelos y su bisabuela fueron enviados a la cámara de gas, mientras que ella y su hermana, Eva, permanecieron prisioneras hasta enero de 1945 cuando fueron liberadas por las tropas rusas. De aquella época le quedó un insomnio crónico, una tuberculosis ósea y una herida interior que nadie supo si logró sanar.
Su largo pacto de silencio se quebró en 1985 para convertirse «en la voz de los que habían perdido la esperanza de ser oídos», recuerda su hija Patricia, con motivo de la presentación en Madrid de la Fundación Violeta Friedman. La chispa que encendió aquella llama del activismo y que ya jamás volvió a apagarse fue León Degrelle, un ex general de las Waffen-SS y fundador del partido nazi belga —asilado en España—, quien en sendas entrevistas concedidas a la revista «Tiempo» y a Televisión Española negó el genocidio nazi e ironizó sobre los campos de exterminios. «Si en la actualidad hay tantos judíos, resulta difícil creer que hayan salido tan vivos de los hornos crematorios» fueron algunas de sus vergonzantes palabras.
Por estas declaraciones, Violeta, que en ese entonces llevaba 20 años viviendo en nuestro país junto a sus hijos, Ricardo y Patricia, demandó a Degrelle. La batalla judicial duró siete años, pero Violeta «tuvo justicia», asegura su abogado Jorge Trias Sagnier. El 11 de noviembre de 1991, el Tribunal Constitucional, entonces presidido por Tomás y Valiente —asesinado posteriormente por la banda terrorista ETA—, reconoció a Violeta que su honor había sido violado. La sentencia ejemplar fue la antesala para que en 1995 se modificara el Código Penal y manifestaciones como las de Degrelle no quedaran impunes. Sin embargo, el mismo Tribunal suprimió en 2007 la negación del Holocausto como delito. La otra batalla
Mantener viva en la memoria colectiva el horror del Holocausto fue la otra batalla que desde entonces libró esta mujer «enormemente tierna, con una gran fuerza interior y que a nadie dejaba indiferente» como la recuerdan hoy algunos de sus amigos, el escritor Juan Adriansens, la periodista Aurora Minguez, y el presidente del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, de cuya organización Violeta sigue siendo la Presidenta de Honor.
«He querido contar mi historia sencillamente como un testimonio más, para que no se olvide nunca, para que los testimonios de quienes allí estuvimos sean una antorcha que ilumine a nuestros hijos por el camino de la tolerancia y la paz. Quizá, y este es mi mayor deseo, así las semillas del odio no vuelvan a brotar de nuevo, y el mundo pueda decir siempre lo que nosotros jamás nos cansaremos de repetir: nunca más». Así comienza su libro «Mis memorias» (Planeta) publicado en 1995, cinco años antes de su muerte en octubre de 2000.Su hija, Patricia Weisz Friedman, ha logrado estos días cumplir con un deseo de su madre: crear una fundación para mantener viva la memoria e invitar a la sociedad a luchar contra el negacionismo y también contra esa ideología del odio llamado nazismo. Los primeros pasos de la Fundación Violeta Friedman irán encaminados a tres objetivos bien sencillos: impulsar la modificación del Código Penal para que la negación del Holocausto vuelva a ser delito; promover entre los jóvenes visitas a los lugares históricos y, en tercer lugar, reivindicar la creación de un Centro de Memoria del Holocausto en Madrid. Todo para que «no nos olviden», como solía repetir Violeta. ABC. 19.07.2010
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