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RABINDRANATH TAGORE, un indio cosmopolita. Por Ramin Jahanbegloo

    

En su apasionante introducción a Gitanjali, W. B. Yeats escribió: "Estos poemas muestran en su concepción un mundo con el que he soñado toda mi vida. Es la obra de una cultura superior". Han pasado más de 100 años desde que Yeats hizo ese comentario entusiasta sobre la poesía del intelectual indio. En Occidente, el nombre de Rabindranath Tagore ya no figura hoy entre las grandes figuras de su tiempo. La exuberante recepción que se le tributó en los primeros años ha ido dejando paso a una indiferencia casi total.

Podemos tener la tentación de restarle importancia y considerarlo un poeta romántico e idealista, cuyos escritos son poco realistas para un mundo que se enorgullece de su sentido pragmático. Pero no es así. Muchas opiniones de Tagore sobre nacionalismo, educación y diálogo entre culturas tienen aún validez intelectual, y algunas de sus ideas han atraído e influido a pensadores contemporáneos tanto en India como en otros países.

Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿qué importancia tiene Tagore para nosotros, los "pos-modernos", en la primera década del nuevo milenio? Sin duda, en medio de la violencia y el fanatismo del mundo contemporáneo, es urgente que nos aproximemos lo más posible a la filosofía de paz y armonía de Tagore.

Devoto de la paz, Tagore denunció el nacionalismo y la violencia. Intentó inspirar a los seres humanos un sentimiento de que había muchas cosas que los unían. No poseía ninguna fórmula mágica para salvar a la humanidad. No creía en las ideologías. Se limitó a destacar algunos principios básicos que los filósofos han conocido siempre y que los seres humanos hacen mal en ignorar.

Tagore no era un político y aborrecía la política del poder. En una carta escrita a William Rothenstein el 6 de octubre de 1920, resume con gran claridad su amargura por la exhibición de poder. "No tengo ninguna relación directa con la política", afirma. "No soy nacionalista, moderado ni extremista en mi doctrina ni mi inspiración política. Pero la política no es una mera abstracción, tiene su personalidad y se inmiscuye en mi vida porque soy humano. Mata y hiere a las personas, cuenta mentiras, utiliza su sagrada espada de la justicia para matanzas, extiende la miseria a lo largo de siglos de explotación, y yo no puedo decirme a mí mismo: 'Poeta, tú no tienes nada que ver con esas cosas, porque son cosas de la política".

Para Tagore, el hombre espiritual no puede ser completamente apolítico, sino que debe acabar refugiándose en un pensamiento político que garantice el acceso directo a todas las culturas. La cuestión del diálogo intercultural preocupó a Rabindranath Tagore toda su vida, un interés que queda bien patenteen la expresión "Unidad en la diversidad", que utilizaba a menudo en sus ensayos y conferencias.

Siempre se opuso a la uniformidad y la contrastó con el ideal de unidad. La verdadera unidad, pensaba Tagore, solo era posible si se celebraba la diversidad mediante el diálogo entre diferentes culturas. Su ideal era la búsqueda de la armonía por encima de los imperativos de la modernidad, como forma de relacionar distintas culturas y lograr esa unidad en la diversidad.

Podemos considerar la idea del diálogo intercultural de Tagore y su crítica antipolítica de la civilización moderna como una forma de preparar el terreno para el logro gradual de dicha visión. Si la filosofía de Tagore es resultado de los conflictos y las aspiraciones de la India moderna, también es, a su vez, el criterio moral que le sirve para juzgar el progreso.

Tagore se oponía a la civilización moderna porque no tenía un carácter total y por su predilección por el progreso material de la humanidad en vez del progreso moral. No se hacía ilusiones sobre lo que se denominaba "progreso", que en su opinión se había convertido en sinónimo de las leyes de la necesidad, no de las leyes de la verdad. Para Tagore, el progreso era la libre expresión de la personalidad humana en armonía con la vida. Por consiguiente, la verdadera crisis de la civilización moderna se debía al conflicto y el choque, no entre culturas, sino entre el ser humano y la idea de la vida como algo integral.

Tagore pensaba sin duda en una cultura universal en la que las grandes mentes de cada nación estarían a disposición de todo el mundo. Por eso tuvo siempre una perspectiva fundamental y constante, en todos sus viajes por su país y más allá de sus fronteras. Los conocimientos y las amistades que hizo durante sus viajes a Oriente y Occidente ampliaron sus simpatías humanistas, que ya eran suficientemente amplias, e intensificaron su comprensión de los impulsos intelectuales y espirituales que habían empujado a las grandes mentes orientales y occidentales a alcanzar sus mayores logros. A partir de entonces, Tagore fue, más que indio, ciudadano del mundo o, mejor dicho, un indio cosmopolita, porque pertenecía al espacio cultural indio sin involucrarse en la idea de un territorio concreto delimitado por unas fronteras.

A caballo entre Asia y Europa, sin rendirse a la idea de un choque entre ambas, Tagore amplió el significado y la importancia pragmática del diálogo crítico intercultural como ninguna otra persona antes que él. Al extender su visión de la civilización más allá del mero particularismo, otorgó un valor supremo a la idea de un mundo integral. Un mundo integral que era como una familia en la que sus miembros, las distintas naciones, contribuyen, cada uno con su parte, al bienestar de todos.

Hoy, en un momento en el que la humanidad se enfrenta a un panorama poco halagüeño, con choques de intereses nacionales y prejuicios étnicos y raciales, un intento de entablar un diálogo intercultural puede ser una forma fidedigna de sentar las bases de una nueva solidaridad humana en un mundo plural.

Lo que debemos preguntarnos es si nos encontramos en el momento histórico en el que debemos "perder nuestra fe en el hombre" o debemos esforzarnos en preparar las condiciones necesarias para que un diálogo intercultural contribuya a forjar la solidaridad humana en un mundo plural. No cabe duda de que Tagore es el testigo cuyos textos nos ayudarán a discernir si estamos avanzando o no hacia más diálogo cultural y más solidaridad humana en nuestro mundo.

El País 5.09.2010