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La herencia de los supervivientes

    Muchos de sus nietos están tatuándose la misma cifra en su propia piel porque contemplan como los testigos vivos del Holocausto van falleciendo y sienten la responsabilidad de mantener viva su memoria, de dar vida eterna a los supervivientes.

Ayal Guelles tiene los mismos ojos que su abuelo Abramo Najson, y el mismo número, A-15510, tatuado en el brazo. La marca del paso por Auschwitz. "Es un símbolo de mi fuerte conexión con mi abuelo, su herencia. Pero también tiene otro significado más abstracto: una denuncia de cómo convertimos a las personas en objetos", explica este joven de Tel Aviv de 28 años, a la prensa internacional.

Guelles relata estaba de viaje en Argentina cuando decidió tatuarse. "Llevaba pensándolo mucho tiempo pero, un día, vi como marcaban una vaca y decidí no esperar más", recuerda. "De vuelta en Israel, se lo enseñé a mi abuelo, y no le gustó nada. Le hice sufrir, lloró incluso, es lo último que quería ver en su vida, quisiera que sus nietos fueran ajenos a la maldad intrínseca que representa ese tatuaje. Pero después ha entendido que es mi forma de impedir que se olvide su historia y ha llegado a decirme que está orgulloso de mí".

Esta decisión se está extendiendo entre los jóvenes judíos de la tercera generación después del Holocausto. Han encontrado la manera de perpetuar la memoria tomando así el testigo de los supervivientes, manteniéndolos vivos en un tatuaje que esperan un día, incluso, traspasar a sus descendientes. Eli Sagir, de 21 años, pidió permiso a su abuelo, Joseph Diamant, para copiar su número, el 157622. Su madre, hermano, tío y primo también han terminado tatuándose la cifra. "Cuando se lo mostré, mi abuelo lloró y me besó el brazo. Me preguntó por qué lo había hecho. Le dije que, cuando tenga hijos, me preguntarán qué es y yo les contaré. Y así ganaremos tiempo, prolongaremos tu memoria". Su abuelo murió hace año y medio. La marca permanente en su brazo

Los testimonios de estos jóvenes israelíes han llegado a Alemania a través de los medios de comunicación y han conmovido a la comunidad judía. Aquí apenas viven supervivientes o sus familiares, la mayoría de estos judíos llegó al país después de la II Guerra Mundial, pero aún así, hay algunos dispuestos a tatuarse un número. Dana Leavi, que tiene 22 años y estudia Medicina en Berlín, ha acudido al Centro de Documentación Judía con el objetivo de encontrar un número que corresponda una víctima de las cámaras de gas nazis y a cuyos descendientes vivos pueda pedir permiso para tatuarse su número. "Considero que es algo muy personal, el número de un familiar, y necesito el permiso de sus descendientes. Pero si me lo otorgan, no lo dudaré, me tatuaré el número en el brazo y así mi persona quedará para siempre ligada a la historia del Holocausto, seré memoria viva", explica.

Dana Doron y Uriel Sinai, autores del proyecto "Numbered" (Numerados), en el que han fotografiado y grabado a supervivientes hablando de su relación con el número, consideran que este fenómeno está desembocando en una nueva rencarnación de los testigos. "Para algunos es una forma de expresar ira, para otros una garantía de que nunca olvidarán y, para algunos, es un modo de establecer un fuerte lazo emocional con su pasado o de tratar de dar sentido a una historia horrible", explica la directora. "Un superviviente nos contó cómo su nieto, de 16 años, le ha pedido extirpar el trozo de piel que tiene el número cuando su abuelo fallezca", explica Sinaí. Lo que a principios de los años 50 se vivía todavía como una vergüenza, el número que acreditaba la internación en un campo nazi, es hoy motivo de orgullo.

El Mundo.es. 27.10.2012