Quienes Somos
Nuestras Actividades
Campañas
Publicaciones
Voluntarios
Hazte Socio
Contacta
Intolerancia
Derechos Humanos
Paz y Tolerancia
Ética y Justicia
Solidaridad y Desarrollo
Comunicación y Libertad
Inmigración y Refugiados
Pueblo Gitano
Racismo y Xenofobia
Antisemitismo
Homofobia
Terrorismo
Ultras y Neonazis
Integrismo
Pena de Muerte
Sexismo y violencia
Violencia Urbana
Maltrato Infantil
Seguridad Ciudadana
Memoria Víctimas
Editoriales
Noticias
Entrevistas
A por más
Informe RAXEN
Cuadernos de Análisis
Onda Verde
Teléfono de la Víctima
Aula Intercultural
Agenda
Foro
Chat
Hazte solidario
Tienda Solidaria

Un Tribunal de Munich juzga a la neonazi alemana acusada de matar a diez personas.

    

“Mírala, se cree una estrella o algo”, dice una mujer turca que asiste al primer juicio contra terroristas neonazis en la historia de Alemania. La placidez, abúlica a ratos, de Beate Zschäpe en el banquillo de los acusados repelía la tensión de primera hora de la mañana en el palco de visitantes en la Audiencia territorial de Múnich. La neonazi Zschäpe es una mujer menuda que entró en la sala con un buen retraso y un traje nuevo de chaqueta y pantalón, una blusa blanca y el pelo oscuro bien atado con una coleta que le desnudaba la frente tan ancha como alta. Tenía pendientes de ella a cien personas en la tribuna, mitad periodistas y mitad ciudadanos interesados como la mujer turca que se irritaba ante tal exhibición de indiferencia. Abajo había decenas: ocho jueces con togas negras, cinco fiscales federales de granate, una legión de abogados de las víctimas, cuatro presuntos cómplices con sus respectivos defensores y, arropada en mitad de la sala por sus tres letrados, la única superviviente del trío terrorista neonazi que durante 13 años sembró de crímenes Alemania. Hasta que sus dos compinches, Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt, fueron hallados muertos en 2011.


La vista de este martes ha sido la primera efectiva de un juicio que durará meses o quizá años. Comenzó a trompicones la semana pasada, cuando apenas pudo avanzar un par de horas antes de que un recurso de recusación presentado por los abogados de Zschäpe obligara a suspenderlo por siete días. Ha habido que esperar seis horas hasta que, por fin rechazados todos los recursos las protestas del letrado de Zschäpe, Wolfgang Heer, el fiscal Herbert Diemer se ha levantado para leer la tremenda ristra de acusaciones que pesan sobre Zschäpe, de 38 años: diez asesinatos, 9 de ellos por motivos racistas, dos atentados xenófobos con sendas bombas, 15 atracos a mano armada.


Su contribución en todos ellos fue, según la acusación, tan imprescindible en la trama como en la ejecución. La asepsia judicial prestaba espanto al recuento de asesinatos a sangre fría perpetrados por los neonazis: el florista turco tiroteado nueve veces en su tienda ambulante, el cerrajero griego que creía atender a un cliente, el chico de 21 años que acababa de inaugurar un pequeño cibercafé en Kassel. A algunos los fotografiaban tras asesinarlos. El fiscal resume esta carrera en una frase: “Zschäpe perteneció a un comando asesino”. Ella lo miraba atentamente, con la cara petrificada. No ha dicho una sola palabra en todo el juicio. No ha dado el menor indicio de arrepentimiento desde que, en 2011, reventó el piso que compartía con los dos Uwe en la ciudad oriental de Zwickau y se entregó a la policía.


Además de Zschäpe están acusados cuatro presuntos colaboradores del trío asesino: Ralf Wohlleben, Holger Gerlach, Carsten Schultze y André Eminger. Son sospechosos de haberles ayudado a conseguir las armas, la documentación falsa y los automóviles que usaban para desplazarse por Alemania. Wohlleben, ojeroso y con piel apergaminada con 38 años, llevaba una carpeta verde en laque llevaba un semanario de derecha populista llamado Compact, que dedicó un número a teorías conspirativas sobre el origen del trío neonazi y la supuesta implicación de las agencias de espionaje internacionales en la trama. Wohlleben es un conocido neonazi de Turingia que militó en el partido ultra NPD. Se sabe que mantuvo algún tipo de contacto con los servicios secretos internos alemanes, aunque no consta si estuvo en nómina como confidente. Los servicios secretos han destruido en los últimos años copiosa documentación relativa a los crímenes del trío ultraderechista y también de sus colaboradores.


En cuanto a Eminger, vestía de negro con una camiseta del grupo de rock guitarrero AC/DC. En el palco de visitantes, otro hombre vestía exactamente la misma ropa, incluido el chaleco de piel y el pantalón típico de los gremios de carpinteros. Era Maik, el hermano de André Eminger, que en las pausas le sonreía sin parar y le decía cosas como “queremos un hijo tuyo”. Con la prensa, en cambio, “no hay que hablar porque le dan la vuelta a lo que dices”. Según dice la prensa alemana. André tiene un tatuaje en el torso que dice Die, Jew, die. En inglés: Muere, judío, muere. Maik también tiene los brazos muy tatuados, pero no se ven inscripciones así. En la tribuna hablaba con los abundantes policías. Entre los funcionarios se percibía más afán de repartir ordenes entre jóvenes estudiantes o requisar teléfonos móviles a periodistas que rencor hacia unos neonazis que, según la acusación, tirotearon sin miramientos a una agente policial y a su compañeros de patrulla en 2007.


Holger Gerlach tiene 39 años y el martes vestía una camisa que le confería el aspecto más convencional después de Zschäpe. Fue un conocido matón nazi en los grupos de organizados como Blood and Honour en e los 90. Dice que ya no tiene nada que ver con ellos, pero hay indicios de que sí.


Carsten Schultze, el cuarto de los supuestos colaboradores, está en un programa de protección de testigos. Nacido en 1980, abandonó la escena ultraderechista ya en 2000. No obstante, lo acusan de haber colaborado en la compra de la pistola y el silenciador con los que se perpetraron los asesinatos racistas.


Desde la distancia del palco, Zschäpe parece una mujer casi joven, de gestos desenvueltos y ojos azules y pequeños, que se adornaba con unos pendientes de aro grandes y plateados a juego con el gris brillante que se puso para sus segunda vista oral en Múnich. Cuando se aburre juega con los dedos o se balancea infantilmente en la silla de tela naranja. No pasa de la segunda página de los informes que le dan sus abogados. Da la impresión de que mantiene la mirada de los espectadores. Sin expresión de desafío, pero tampoco de vergüenza. Es habitual que los asesinos y los sádicos parezcan mucho más inofensivos en persona que en las fotos. Sucede con el rostro mofletudo del terrorista que perpetró la masacre de la isla Utoya en 2011, Anders Breivik. También Josef Fritzl, secuestrador y maltratador de su propia hija durante 24 años, más parecía en 2009 un jubilado austriaco no del todo mal conservado que el de demonio ojizarco que muestran sus famosos retratos policiales.


La defensa de Zschäpe parece haberse propuesto entorpecer el desarrollo del juicio en lo posible. Tras lograrlo con su recurso la semana pasada, el martes indujo una mañana correosa de interrupciones y enmiendas que acabó por poner nerviosos a muchos visitantes. El letrado Heer leía sus alegatos con una parsimonia estomagante. Sus pulsos con el presidente del Tribunal, Manfred Götzl, provocaron carcajadas entre el público, sorprendido por el tono absurdo de algunas réplicas y acusaciones mutuas.

El Pais 14.05.2013