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INTOLERANCIA EN EL FUTBOL Y CRÍMENES DE ODIO

    

La violencia acaecida en los aledaños del estadio del Manzanares, protagonizada por grupos ultras   vuelve a  evidenciar un problema nunca desaparecido. Dicen que este enfrentamiento  fue excepcional, sin embargo al menos once enfrentamientos entre diversos grupos se han producido durante este año, aunque no con tragedias tan irreparables como la que ha costado la vida de Francisco Javier Romero Taboada, además de 12 heridos, detenidos y hechos de una violencia que ha conmocionado a la sociedad, trasladando un mensaje de horror que daña  la convivencia social, asusta a los   aficionados al futbol  y  transporta una imagen belicista impropia del fútbol.

La controversia sobre si hubo “quedada” o no la hubo, aunque  relevante no afecta a  los hechos a la luz de las imágenes y los testimonios recogidos. El enfrentamiento era evitable si uno de los dos contendientes no lo hubiera asumido, aunque esto es impensable de los neonazis del Frente Atlético que tenían planificada una emboscada y  aguardaban desde las 7 de la mañana con más de 150 violentos a cubierto, muy cerca del estadio, visualizados por policías allí presentes, como los hechos han demostrado con posterioridad  al asumir su violencia y vanagloriarse por redes sociales de esa gesta bélica afirmándose públicamente e incluso, humillando y denigrando a la víctima asesinada. No nos equivoquemos, su matriz de conducta es nazi.

El conjunto de circunstancias y detalles que ha evidenciado esta tragedia ha sido de gran magnitud y con multiplicidad de responsables. Desde una Comisión Estatal contra la Violencia, el Racismo y la Intolerancia en el deporte  que realiza un diagnostico fallido de partido  de “no alto riesgo”, hasta unos servicios policiales de información nada eficaces al respecto y descoordinados, una policía de reacción tardía que llega  media hora después de iniciarse la batalla campal, una ausencia de diligencia humanitaria que conlleva que la víctima esté en el río muriéndose durante veinticinco minutos, unas cámaras que deben de grabar, por seguridad en la zona, y que dicen ahora que no funcionan, unos responsables deportivos incapaces de suspender el partido tras unos hechos muy graves, unos dirigentes de los clubs que solo atinan a faltar a la verdad diciendo que lo sucedido nada tiene que ver con el fútbol, detenciones que se producen en hospitales, y mientras tanto los asesinos siguen en la calle.

Aún se pueden señalar mas detalles pero corremos el riesgo de olvidarnos de los protagonistas. El primero de ellos, los grupos neonazis que controlan y dinamizan el Frente Atlético, sobradamente conocidos por su protagonismo en el asesinato de Aitor Zabaleta en 1998 y por su violencia continuada a lo largo de los años, incluso desde su nacimiento en 1982 cuando albergaban  los restos jóvenes de Fuerza Nueva y de facciones neonazis cantando su himno al son del “somos novios de la muerte”. Siempre beneficiados por la cobertura del Club y el apoyo continuado a su existencia plagada de simbología de odio y sus cantos y gritos racistas y fascistas. El otro, los Riazor Blues, con ideología antifascista y antirracista pero que asume las acciones de violencia, como evidenciaron los sucesos de  la muerte de su propio hincha Manuel Rios a quien agredieron por defender a un aficionado del Compostela. Que no sean equiparables sus ideologías no evita el rechazable comportamiento violento de esos grupos ultras.


La violencia y otras manifestaciones de intolerancia y racismo, protagonizadas por  grupos ultras han  tenido desde hace más de 30 años una presencia constante. Y aunque ahora dicen que van a expulsar a estos grupos, es preciso significar  el apoyo recibido  durante todo este tiempo que ha permitido su consolidación y el hermanamiento con homólogos incluso a nivel internacional. Lo que se ha construido durante tanto tiempo no se desmonta en un plis-plas, tras unas declaraciones institucionales. Hace falta obrar conforme a la Ley, estrategia y perseverancia y aún así, está difícil el objetivo. Una maligna cultura de grada y un peor hacer callejero violento que nos ha dejado agresiones a otros aficionados de equipos rivales, a  jugadores, en especial a los negros, a periodistas, cámaras y gráficos,  policías y vigilantes de seguridad que custodian los estadios, a ciudadanos que no tienen nada que ver con el futbol, en especial los graves ataques neonazis, y sobre todo, una zozobra a la convivencia ciudadana, no se neutralizan fácilmente.

Después de repetidos vandalismos en diferentes estadios y la exhibición de simbología fascista, de insultos racistas a jugadores, de graves agresiones a reporteros gráficos, de altercados graves como en las principales plazas de nuestras ciudades, incluidos enfrentamientos policiales, brutalidades en derbys como Sevilla-Betis, Barcelona-Español, Madrid-Atlético...afloramiento de navajas, y conflictos diversos, con el tiempo y la débil aplicación de la nueva Legislación contra la Violencia, el Racismo y la Intolerancia en el Deporte, la situación no se ha enderezado, pese a los requerimiento s internacionales de organismos europeos antirracistas y la UEFA/FIFA.

El compromiso ausente de los directivos de los Clubs, salvo el presidente Laporta del Barcelona y un poco, Florentino Pérez del Madrid, evidencia lo que todo el mundo sabía, confirmado por las declaraciones del Atlético y Liga,  que nadie quería prescindir del apoyo a sus ultras respectivos, apostando con poca sensatez,  por domesticar ese monstruo pese al coste de civismo que supone para toda la sociedad. Una estrategia de riesgo que ha generado muchos daños directos y colaterales como los que se proyectan en nuestras urbes hacia colectivos vulnerables como inmigrantes, negros, homosexuales, gentes de izquierda, personas sin hogar y otros que han sufrido con los ataques de los ultras neonazis, a veces de forma espontanea en su ir y venir a los estadios y otras con bastante planificación, De otra parte y con naturaleza diferenciada, los ultras antisistema o izquierdistas, además de aceptar una confrontación violenta que ayuda a reforzar a los que quieren combatir, conduciéndose incluso con agresiones a peñistas de equipos rivales y con enfrentamientos institucionales y policiales que acaban deslegitimándoles.

Para atajar estas  conductas de intolerancia y violencia es preciso ir a su raíz. Es difícil entender que existan espacios reservados para los ultras, mas económicos incluso, verdaderos viveros de captación, donde germina el odio a partir de una  cultura de grada que alimenta el rechazo compulsivo al rival, permite el insulto y la agresión xenófoba, los símbolos antidemocráticos, la aceptación de la violencia y del racismo como factor de autoafirmación e identidad excluyente, el anonimato y hasta ahora, impunidad; si todavía hay quienes facilitan entradas y apoyos financieros para que esos grupos viajen otorgándoles el papel de "puño de acero" en defensa de los colores del equipo; y si encima se permite el proselitismo y la actividad de grupos neonazis, violentos o totalitarios que en el magma ultra se mueven a sus anchas, es de temer que al no haber medidas reales y eficaces,  no se  erradique el problema.

Sin embargo existe espacio para la esperanza y viene de la mano de las aficiones. Nunca han sido tan reprobatorias de estas conductas para con los ultras; los pitos en el Manzanares contra el Frente Atlético todavía se oyen, la crítica de los peñistas al Riazor Blues ha sido notoria, los aplausos al intercambio de bufandas entre atléticos y deportivistas lo evidenciaron y los continuos gestos de respeto y hermanamiento entre las peñas de aficionados de distintos equipos, señalan cual es el camino que quieren para el fútbol, un espacio libre de extremismo, de fanatismo, sin violencia, ni racismo y donde la identidad deportiva no sea vivida mediante una intolerancia que niega al otro. Los aficionados dicen: Hinchas si, Ultras no, y saben bien la diferencia.

También el conjunto de la sociedad ha reaccionado como nunca antes, pero hace falta el concurso institucional y por tanto la aplicación rigurosa de las medidas previstas en la Ley contra la Violencia, el Racismo y la Intolerancia en el deporte, que requiere poner fin al anonimato que posibilita la grada mediante el cumplimiento legal del Libro de Registro de Actividades y Grupos que prácticamente todos incumplen, la realización de Planes Individuales de Riesgo, la identificación policial de los violentos y de  quienes hacen apología de la violencia, el racismo y el fascismo, como esos neonazis que se burlan de este homicidio a través de internet. Y además debe de actuar a fondo la Fiscalía de Delitos de Odio y debe sancionarse judicial y administrativamente como corresponde, entre otras acciones junto a la sensibilización preventiva para liberar definitivamente al fútbol y a la ciudadanía de la lacra de la violencia ultra del fútbol.

Nadie puede mirar para otro lado, y menos los directivos, nadie puede obviar este problema de la incitación y de las conductas de violencia, odio y racismo, todos, Consejo Superior de Deportes,  Liga,  Federación, futbolistas,  medios de comunicación, Gobierno y representantes parlamentarios, todos deben decir:¡Basta Ya!, y además, la Comisión Estatal contra la Violencia y el Racismo, debe convocar a su Observatorio, olvidado durante cuatro años, para contribuir con su misión impulsando medidas preventivas, de análisis y de sensibilización como  requiere la Ley.


Esteban Ibarra. Presidente de Movimiento contra la Intolerancia y Vocal del Observatorio de la Violencia y el Racismo en el Deporte.