|
|
|
|
|
En defensa del llamado "voto inútil"
|
|
|
|
|
|
JOSÉ OVEJERO
ESCRITOR
Las elecciones son como una borrachera de la que al día siguiente sólo quedan el mal sabor de boca, el vago recuerdo de los excesos verbales y la perplejidad ante una realidad que se empeña en seguir siendo la misma que cuando quisimos olvidarla en la embriaguez de promesas, canciones a coro, hermandades tan ficticias como la euforia que las crea y rivalidades que desembocan en fanfarronería de garito. A riesgo de estirar el símil más de lo conveniente, diría que, como en toda borrachera colectiva, también se estigmatiza a los aguafiestas que no quieren sumarse a los fraternales abrazos y optan por partidos que siempre quedan al margen de la fiesta final.
Muchos políticos, interesadamente, consideran desperdiciada toda papeleta de voto y cualquier movimiento ciudadano que no beneficie a los grandes partidos. Como si desearan regresar al sistema de turnos de la Restauración, ningunean cualquier oferta política que se aleje del centro o dirigen contra ella sus invectivas más demagógicas.
Así, los participantes en una manifestación antiglobalización se convierten en "radicales", se mete a nacionalistas y terroristas en el mismo saco retórico, se utiliza un vocabulario insultante para quienes protesten organizadamente contra las acciones del Gobierno y, desde la izquierda, se ve como una traición que un pequeño partido se presente de manera independiente a las elecciones, acusándole de restar votos útiles para la honrosa tarea de frenar a la derecha. Incluso parte de la prensa ha hecho suya la consigna de ignorar las propuestas alternativas: en todo recuento se menciona el número de papeletas en blanco y votos nulos, pero rara vez se nos informa de a quiénes han ido a parar los que faltan para completar el cien por cien de los votos válidos.
Sin embargo, el voto para los pequeños partidos es esencial para la democracia.
En primer lugar, porque muchos no nos consideramos representados por los grandes partidos y nos negamos a aceptar el chantaje que consiste en decir "vótame a mí, porque si no van a ganar los otros"; para evitar un mal menor, nos piden que avalemos a partidos que normalmente rechazaríamos y que contribuyamos así a evitar su necesaria renovación.
A mí la etiqueta de izquierdas no me basta para votar a un partido de comportamiento y hábitos casi tan conservadores y demagógicos como los de su oponente.
Precisamente un argumento a favor del llamado voto inútil es dar fuerza a iniciativas renovadoras que pretenden realizar una política no basada en la mercadotecnia --de todas maneras no van a ganar-- sino en las ideas. Quizá así se pueda socavar la tendencia a convertir a los partidos en paquidérmicas maquinarias cuyo única función es obtener el poder.
Gracias al voto inútil aparecieron partidos como Los Verdes en Alemania que han ejercido una gran influencia en su sociedad: su éxito no es tanto haber alcanzado el poder --lo que puede significar rápidamente su adocenamiento y el inicio de una política de estrategias en lugar de una de ideas-- sino que la fuerza de sus propuestas ha empujado a los grandes partidos a incluir en su programa políticas medioambientales que nunca habrían defendido, de no haberse dado cuenta de que un partido marginal, al que al principio despreciaban, les estaba arrancando votos preciosos para mantenerse en el poder.
Es cierto que la insatisfacción no debe llevarnos a votar a partidos de circunstancias en los que pululan personajes dudosos que buscan su propio nicho para medrar --en las elecciones municipales, por ejemplo, no son raras las formaciones políticas constituidas para repartirse el pastel inmobiliario de una determinada población--; pero el voto inútil recuerda a los partidos poderosos que las tragaderas de los ciudadanos tienen un límite, enriquece los programas políticos y, cuando permite la presencia de pequeños partidos en la vida política, impide que las elecciones se conviertan en un mero intercambio de insultos: si los candidatos han de enfrentarse a varias propuestas distintas, tienen que olvidar sus hábitos duelísticos: ya no basta con limitarse a descalificar al principal contrario; de pronto tienen que ofrecer ideas, hábito que sería una bendición en la política española.
(Artículo publicado en el Periódico de Cataluña el 5.06.03)
|
|
|
|
|
|