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De Auschwitz a la Constitución Europea. Por Josep Borrell

    Esos testigos directos se van acabando y ello hace más urgente el deber de conocer, para que el olvido no gane la batalla a la memoria. Por otra parte, muchos países europeos han tomado conciencia del relativo desconocimiento de su juventud sobre ese periodo de la Historia. Y en Europa asistimos a inquietantes manifestaciones del resurgir del antisemitismo y el racismo. Quizá por ello, esas conmemoraciones han alcanzado una dimensión sin precedentes.

Poco después, en España hemos empezado la campaña del referéndum sobre la Constitución europea, el primero de los diez que se van a celebrar en otros tantos países de la UE a lo largo de los dos próximos años.

Es bueno que hayan coincidido en el tiempo el debate sobre el proyecto constitucional europeo y el recuerdo del símbolo del horror nazi, porque ambos elementos están relacionados.

En primer lugar, porque ha sido necesario que Europa evolucione políticamente para que la conmemoración del Holocausto haya podido celebrarse con esa amplitud. Hace pocos años Europa no estaba preparada para ello, y de hecho la conmemoración del 50° aniversario fue bien diferente.

Hace 10 años los países de Europa no podían todavía compartir una visión de su pasado. La polémica entre Varsovia y las organizaciones judías obligó a que se celebraran dos conmemoraciones separadas. Y dirigentes europeos, como Francois Mitterrand, no quisieron asistir.

Algunos acontecimientos importantes, como la reunificación de Alemania y el hundimiento de los regímenes comunistas, eran entonces demasiado recientes. Y el fin de la “guerra fría” había traído una “guerra caliente” en los Balcanes, con un cortejo de horrores a los que Europa asistía impotente. ¿Cómo proclamar un “nunca más” convincente con las fosas comunes de las masacres étnico-religiosas de Srebrenica todavía abiertas?

No es que ahora, 10 años más tarde, los europeos compartamos completamente una misma lectura de nuestra Historia, como lo demostraron las polémicas en el Parlamento Europeo a la hora de votar una resolución de condena a lo ocurrido en Auschwitz. Pero la lista de los intervinientes en la ceremonias y el desarrollo de las mismas demuestra que muchas cosas han cambiado, y para bien, en la compresión del pasado como base de construcción de un proyecto político como el que la Constitución europea representa.

En realidad, lo que Auschwitz simboliza es uno de los elementos fundadores de nuestra comunidad internacional. Y muy en particular de la UE, concebida como una respuesta a los enfrentamientos entre naciones, religiones y etnias de los que el Holocausto es su más trágica experiencia.

Ahora la UE proclama que su proyecto constitucional se basa en valores comunes, el primero de los cuales es el respeto a la dignidad humana. Esta afirmación solemne es el resultado de una larga evolución, nutrida del recuerdo de lo que Auschwitz simboliza, que ancla el ideal europeo en el rechazo de todos los totalitarismos y racismos.

Ahora puede parecer evidente, pero no siempre ha sido así. En realidad, la UE no ha descubierto hasta hace poco que, a falta de una Historia que compartir, se fundaba sobre valores comunes. El concepto no aparece en la Declaración Schuman de 1950, ni en el Tratado de Roma, y apenas en el de Maastricht.

Este Tratado señala, por primera vez, el anclaje de la UE en los principios del Estado de Derecho, pero la Europa de los valores no nace realmente hasta el año 2000 con la Carta de los Derechos Fundamentales, a la que ahora el proyecto de Constitución da carácter jurídico vinculante.

La conciencia de que ha sido nuestra tan civilizada Europa la que ha engendrado el horror más absoluto ha contribuido mucho a la génesis de estos valores comunes y también al primer conflicto que se produjo en su defensa. Fue en el año 2000 cuando la UE decidió boicotear al Gobierno austriaco por haber dado entrada a una formación política de extrema derecha que tendía a disculpar o a minimizar el nazismo.

Fue la primera vez que la UE se definió ante uno de sus miembros como una “comunidad de valores”, e independientemente de la forma en la que ese acontecimiento se saldo, se puso de manifiesto la radical incompatibilidad del proyecto europeo con la indulgencia hacia el nazismo.

Es lo que ahora han reafirmado las emocionantes ceremonias de Auschwitz, y lo que se plasma, blanco sobre negro, en un texto constitucional que debe ser interpretado en el contexto histórico que lo ha producido, desde que los padres fundadores de la Europa Unida se propusieron la paz como objetivo, hasta la etapa actual, que no será la ultima, de su devenir