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"¡Shalom, gais! ¡Shalom, lesbianas! ¡Shalom, bisexuales! ¡Shalom, transexuales! ¡Jerusalén orgullosa! ¡Jerusalén liberada!". Con estas palabras, una drag queen vestida con un hermoso y llamativo vestido arco iris dio inicio a las once de la manaña a la fiesta que sustituyó a lo que debería haber sido la quinta edición de la Marcha del Orgullo Gay por las calles de Jerusalén. Ante el regocijo de los judíos ultraortodoxos, no hubo marcha ni exhibición callejera, sino una fiesta que tuvo sus momentos de alegría pero sobre la que sobrevoló un estado de ánimo agridulce.
"Jerusalén no es una ciudad europea. Nuestra lucha aquí no es solo por nuestros derechos, sino por nuestra supervivencia", reflexionaba Elena Canetti, presidenta de la Casa Abierta de Jerusalén y una de las representantes de los colectivos homosexuales que han estado luchando a brazo partido para celebrar la marcha. Pero el problema es que su enemigo, los que han estado comparando durante meses a los homosexuales con los animales, los que calificaban la fiesta de "desfile de la abominación", los que amenazaron de muerte a los participantes, los que han quemado contenedores y se han enfrentado a la policía con barras de hierro, son muy poderosos: son los religiosos ultraortodoxos.
Gais apuñalados
Todo empezó hace un año. Hasta entonces, Jerusalén había celebrado durante tres años, sin llegar al hedonista desenfreno de Tel-Aviv, un desfile gay anual sin problemas. Pero en el 2005, jóvenes ultraortodoxos hirieron con arma blanca a tres de los participantes. Este año, la situación ha sido mucho peor. Los religiosos, en nombre de la santidad de Jerusalén a la que los gais pretendían "insultar" con su fiesta, se organizaron desde hace varias semanas. Pasquines amenazantes e insultantes y casi dos semanas de disturbios en los barrios ultraortodoxos convencieron a la policía de que era mejor que los homosexuales no dejaran ver demasiado su orgullo.
"Cada estamento judicial del país reconoció nuestro derecho a marchar por la ciudad, pero la policía tenía miedo", explica Canetti, quien no se explica que la mano dura con la que las fuerzas de seguridad saben emplearse se convierta en guante de terciopelo con los ultraortodoxos. Incluso el representante del Vaticano en Jerusalén ha afirmado que el "desfile gay es ofensivo para la gran mayoría de judíos, musulmanes y cristianos, dado el carácter sagrado de Jerusalén".
Como siempre, el enemigo común solucionó el problema interno israelí. Tras la masacre de palestinos en Beit Janún y las amenazas de atentados suicidas, se acordó celebrar la fiesta en un recinto cerrado --el estadio deportivo de uno de los campus de la Universidad Hebrea-- por "motivos de seguridad". Los ultraortodoxos cantaron victoria y celebraron "el regreso al armario de los sodomitas". "No es una derrota. Por la democracia en Israel debemos luchar contra el fanatismo oscurantista que nos lleva de regreso al siglo XVII. El año que viene, marcharemos", afirma con convicción Canetti.
Moderar el vestuario
La decisión, que incluyó esconder los símbolos gais y moderar el vestuario hasta entrar en el estadio, no satisfizo a todos los homosexuales. Una treintena de ellos se concentraron en el parque de Jerusalén donde debería haber empezado la marcha. Allí les esperaban unos 250 jóvenes religiosos con bates, navajas y hasta una pistola. La policía detuvo a varios exaltados de ambos bandos, lo que originó algunas imágenes de violencia que la Casa Abierta y el resto de movimientos organizadores hubieran preferido evitar.
Al menos, la fiesta fue divertida. Vigilados por 3.000 policías que acordonaron la zona desde varias calles antes del acceso al estadio, unas 2.000 personas armadas con banderas arco iris, de Israel, disfrazadas de preservativo o de drag queen, disfrutaron de conciertos y de un mediodía de baile que, eso sí, finalizó al atardecer, al empezar el shabat. Había muchos heterosexuales que acudieron en nombre de la lucha por la libertad de expresión en Israel. Este año no se vio a palestinos enmascarados, como en otras ediciones. Encerrarse --y exponerse a las cámaras-- en el gran armario donde Jerusalén obligó a celebrar su fiesta a los homosexuales judíos era demasiado para ellos, que en su sociedad árabe no luchan solo contra religiosos fanáticos, sino contra un prejuicio asfixiante y generalizado.
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