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Atentado Terrorista. Dos puntos de vista. Joseba Arregui y Antoni Segura

    DEL OPTIMISMO A LA REALIDAD.

El PSOE debe aprender que necesita el pacto con el PP.

Joseba Arregui. Psdte. de Aldaketa Cambio para Euskadi.

Alguien podrá comentar, después del atentado de ETA en Barajas, que se ha acabado el tiempo de las disputas, no solo en la política española, en la que ha habido demasiadas, sino en el interior mismo de ETA: los comandos han dicho que hasta aquí hemos llegado. Y se ha acabado también el tiempo de la contraposición entre optimismo y realismo. Se podría decir que ETA ha sido cruel, demasiado cruel, con el presidente del Gobierno. Ha esperado a que manifestara su optimismo para dejarlo en ridículo. Y es que ETA no es cuestión ni de optimismos ni de pesimismos.

La única forma de acercarse a ETA y al esfuerzo por su desaparición es el realismo. Y el realismo implica tomar en serio la realidad que es ETA, su propia lógica, sus inercias, lo específico de su estrategia, y no nuestros deseos, ni los que proclaman la imposibilidad casi metafísica de su desaparición ni los que proyectan en ellos las esperanzas de paz.

Es más que probable que la única estrategia de ETA radique en su propia supervivencia. No buscan nada. Solo seguir existiendo: como organización terrorista --y a ello pertenece tener que actuar-- o en las conquistas políticas. Lo que en este tiempo de tregua se ha producido es que las esperanzas de ETA y las esperanzas del Gobierno parecían encaminadas a encontrarse en un punto, pero, en la medida en que se acercaban a él, ese punto se mostraba como algo radicalmente distinto para cada uno.

ETA albergaba la esperanza de que por fin hubiera un Gobierno responsable con capacidad de abrir la espita constitucional y estatutaria para que su lucha adquiriera sentido político. Y el Gobierno esperaba que en ETA se hubiera producido un proceso de maduración suficiente como para pensar que se conformarían con una Batasuna reinventada, actuando en la política democrática tras la desaparición de la violencia y el terror. Y los ciudadanos esperábamos que ambas esperanzas pudieran confluir en un punto común. No ha sido así.

Se ha producido la clarificación que no pocos pedíamos, aunque a costa de frustrar la esperanza de la desaparición definitiva de ETA. Ha llegado la hora de preguntarnos: ¿ahora qué? Porque nunca se puede ni se debe volver a lo mismo de antes. Deberíamos ser algo más sabios que antes de comenzar toda la operación. Lo que el momento exige es el acuerdo entre los dos grandes partidos del Estado, entre el PSOE y el PP, entre el Gobierno de turno y la oposición de turno. Pero un acuerdo más sólido del que ha sustentado el Pacto por las libertades y contra el terrorismo. La historia de ese pacto muestra que el acuerdo que lo sustentaba estaba demasiado sujeto a los intereses de los partidos que lo suscribieron y que acabaron frustrando las esperanzas de muchos ciudadanos. El PP se apropió de las víctimas y las terminó usando contra el PSOE y el Gobierno. Estos cambiaron los supuestos en los que se sustentaba, buscar la derrota de ETA, para introducir la política que podía ayudar a su fin, sin buscar ni pedir el consenso del PP para conseguir que se produjera el cambio.

Ahora el acuerdo debe ser mucho más sólido. Las víctimas no deben ser ni de unos ni de otros. Y para ello es necesario que todos recuerden, también las asociaciones que representan a las víctimas, que las verdaderas víctimas son los asesinados, y que la verdad de estos la puso ETA cuando decidió matarles: esa verdad es el proyecto político de ETA, hecho imposible en cada uno de los asesinados. El PP debe ser exquisito en evitar apropiarse de las víctimas.

Por su parte, el PSOE debe de haber aprendido que es imposible iniciar un proceso de desaparición de ETA por medio del diálogo sin asegurarse primero el apoyo del PP, pactando incluso las discrepancias. Es una tarea de Estado acabar con el terrorismo, y el Estado no se reduce al poder ejecutivo, el legislativo o el judicial, como tampoco a la opinión pública. Ni a las asociaciones ciudadanas. Todos ellos conforman en su conjunto el Estado.

Es preciso hacerle ver a ETA que tiene enfrente al Estado en su conjunto, que no va a poder jugar con sus divisiones y transformarlas en debilidades de las que extraer provecho. El Estado de derecho no está a disposición de ETA. Mientras esta no aprenda esa lección, siempre tratará de engañarnos, como lo ha hecho esta vez. Porque si la ruptura de la tregua es definitiva, la única responsable es ETA, ni Zapatero, ni el Gobierno, ni Rajoy, ni el PP.

A pesar de que es una muy mala noticia que ETA vuelva a los atentados, tenemos la obligación de extraer de ella lo mejor para nosotros, lo mejor para el Estado de derecho: la forma de fortalecerlo por medio de un acuerdo sólido a prueba de procesos electorales. Los dos grandes partidos tienen la oportunidad de superar el partidismo y ejercer política de Estado. Lo que el Rey no ha conseguido, lo puede conseguir ETA.

LAINCOMPRENSIBLE LÓGICA DE ETA.

El fin de la tregua hará el proceso más largo, pero no lo parará.

Antoni Segura. Catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona.

El 3 de diciembre de 1999, ETA anunciaba la ruptura de la tregua que había proclamado el 18 de septiembre de 1998. El 21 de enero de 2000, ETA ratificaba el final de la tregua con el asesinato con un coche bomba en Madrid del teniente coronel Ángel García Blanco. Poco después, el 23 de febrero, en Vitoria, un nuevo coche bomba mataba al exvicelendakari Fernando Buesa y al escolta de la Ertzaina Jorge Díez. La desilusión y la desesperanza invadió la sociedad vasca, que había depositado su confianza en que la paz era posible. Este vez no ha habido aviso previo de ruptura del alto el fuego permanente proclamado en marzo. Pero, en palabras del periodista vasco Pedro García Larragán, no habrá desesperanza, tan solo rabia y una respuesta contundente de la sociedad vasca, porque ya no hay ningún margen para la violencia. Era la última oportunidad, pero ETA y la izquierda aberzale la han desperdiciado, porque, más allá de los errores del Gobierno o de la poca flexibilidad de la oposición, de las acciones violentas solo son responsables sus ejecutores.

La indignación en Euskadi es total y nadie moverá ni un dedo a favor de la legalización de Batasuna, ni contra la previsible escalada de detenciones que seguirá al atentado de ayer, ni en el supuesto de que la huelga de hambre de Ignacio de Juana de Chaos acabe en tragedia. Lo advertía hace dos días Patxi Zabaleta: la izquierda aberzale está incumpliendo los compromisos de Anoeta (noviembre de 2004) y frustrando el proceso al regresar a las posiciones iniciales sobre la cuestión de la territorialidad y la autodeterminación. Para el dirigente de Aralar, no hay otra salida que la renuncia a la violencia, y todo lo demás es un fraude.

El Gobierno vasco ha condenado el atentado, pero no da por terminado el proceso de paz. Arnaldo Otegi y Batasuna lamentan las víctimas, pero no condenan la violencia, ni consideran acabado el proceso pese a reconocer las actuales dificultades por las que este atraviesa y, cómo no, culpan de estas dificultades al Gobierno, que no ha hecho, según Otegi, ningún gesto político (mesa de partidos) ni penitenciario en estos meses. Sin embargo, el Gobierno sí da por acabado el alto el fuego y el proceso de paz. Y es que Batasuna no parece darse cuenta de que ETA, que siempre ha actuado con una lógica que no es la de los demócratas, ha traspasado la última línea roja, porque no se puede seguir un proceso de paz rompiendo el alto el fuego y volviendo a matar. Para Zapatero, "la condición para el diálogo era --y es-- la voluntad inequívoca de ETA de renunciar a la violencia ... . Y el atentado de hoy es incompatible con el alto el fuego permanente proclamado por ETA en marzo" y , por tanto, ha dado la orden de suspender las iniciativas de diálogo con ETA. Así pues, no habrá más aproximaciones hasta que ETA no condene de forma contundente la violencia: "El de hoy es el paso más equivocado e inútil que pueden dar los terroristas". Y va contra el sentido de la historia.

El balance que hacía el viernes Zapatero sobre el proceso de paz, al afirmar que "de aquí a un año estaremos mejor que hoy", ha saltado por los aires con el atentado de Madrid; y la cruda realidad, como él mismo reconocía, es que hoy estamos mucho peor que ayer. Aun así, no es el momento de juzgar los errores del Gobierno. Los ha habido, como un exceso de optimismo y de creer en el valor taumatúrgico de las palabras --no basta con decir el nombre de las cosas para hacerlas realidad-- y, sobre todo, no enterarse de los preparativos del atentado de Madrid mientras intentaba otra interlocución. Pero, pese al fracaso, nadie le puede reprochar el coraje de haber intentado abrir caminos a la paz sin salirse de la legalidad. Y menos que nadie, una oposición que ha puesto todos los obstáculos inimaginables para hacer fracasar la acción del Gobierno.

Son, sin duda, momentos de profundo pesimismo, pero el fin de la violencia de ETA es un proceso irreversible. Podría haber sido de otro modo, pero ETA --y la izquierda aberzale al no condenar el atentado de Barajas-- han elegido el camino del regreso a la violencia, lo que hará el proceso más largo y difícil, aunque no lo parará (en esto tiene razón el PNV), porque la sociedad vasca está harta y no hará más concesiones a los violentos, que tienen mucha menos fuerza y representatividad de la que creen, que ya no tienen capacidad para incidir en la vida política, social y económica del País Vasco, y, sobre todo, porque tras el atentado de ayer han perdido la poca credibilidad que les quedaba. Cerrando las puertas a la política y reafirmándose en la práctica de la violencia, ETA vuelve a transitar por un camino sin más salida que la acción policial y judicial, que es la única respuesta que puede esperarse del Estado de derecho y democrático. Es previsible un largo proceso de progresiva marginalidad de ETA, en manos de dirigentes provenientes de la kale borroka, ante la indiferencia de una sociedad vasca dispuesta a ganar la batalla de la paz.