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¿Quién manda en ETA? El Gobierno, cada vez más convencido de que se ha equivocado de interlocutores.

    Así lo aseguran fuentes de un sector del Ejecutivo, que reconocen que se han equivocado de intermediaros o han fallado los canales de comunicación.

Los servicios de información, en especial los espías del CNI, también erraron al no prevenir el atentado del sábado en el aparcamiento de Barajas (Madrid), que se ha cobrado la vida de dos personas y se ha llevado por delante el ‘proceso de paz’ iniciado por José Luis Rodríguez Zapatero cuando llegó al poder en 2004.

La estrategia de Zapatero se ‘hundió’ el 30 de diciembre en el aparcamiento de la Terminal 4. Tras el desconcierto inicial, el presidente permitió que el centro suizo Henri Dunant, que actuaba como mediador, contactara con José Antonio Urrutikoetxea (Ternera) para conocer los motivos del atentado. Y la respuesta que recibió fue la siguiente: ni conocía el atentado ni estaba de acuerdo con él (tal y como adelantó este diario). El caso es que los ejecutores de la banda habían decidido en agosto recortarle los poderes para dar otra vuelta de tuerca y exigir un precio político por dejar de matar, frontera que el Gobierno no podría atravesar.

Políticos veteranos tanto del PP como del propio PSOE no entienden muchas cosas. Por ejemplo, que Zapatero no tuviera en cuenta la historia de la banda terrorista a la hora de prever lo que podría ocurrir. No se entiende por la dilatada –y dolorosa- experiencia de los socialistas en esta lucha. Y porque entre sus miembros hay personas que sí saben lo que se juega uno cuando habla con los etarras. Por ejemplo, Kepa Aulestia, que militó en ETA hasta la amnistía de 1977 y fue secretario general de Euskadiko Ezkerra, el partido integrado en el PSE que recogió el sentir de ETA-PM: “Las treguas se abren desde la cúpula y se cierran desde los comandos”, sentenció en un artículo de opinión publicado el pasado domingo en el Diario Vasco.

Las patadas de ‘Txapote’

Y así ha sido. Más que sectores duros o blandos en ETA –cuando la organización impone un camino, los demás lo asumen-, los analistas aseguran que se trata en realidad de un comportamiento recurrente en estos 38 años de actividad. El dirigente etarra, pasada la medianía de edad, se plantea el fin de la locura pero, para entonces, los jóvenes ya están al frente de los comandos -tienen la llave de la santabárbara y de los ingresos- y se niegan a ceder el poder que tanto les ha costado conseguir. De ahí que también extrañe que el optimismo eclipsara el comportamiento de esta generación, que tiene como exponente simbólico las patadas del asesino Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, contra el cristal de la Audiencia Nacional.

“¿A qué extrañarse de lo ocurrido? Esta gente mató a Ernest Lluch, que iba un día sí y otro también a Radio Euskadi para defender la negociación con ETA. No son normales”. Con estas palabras reflexionaba ayer un alto cargo de la Administración socialista. Todo aquel que se acerca a la banda terrorista tendiéndole la mano, acaba destruido por ésta, política y hasta físicamente. Así ocurrió con el periodista José María Portell, asesinado en 1978 cuando mediaba en una negociación con ETA durante la época de Adolfo Suárez. A Juan María Jáuregui, el ex gobernador socialista de Guipúzcoa que tendió puentes hasta que la banda lo asesinó en el año 2000. Y, también en ese mismo año, a Lluch, el socialista abanderado del diálogo hasta que ETA le descerrajó dos tiros en la cabeza. Sin contar a Josep Lluís Carod-Rovira, arrepentido de su viaje a Perpignan para hablar con la banda, entrevista origen, quizá, de esta nueva fase pactista ahora fracasada.

Filtraciones y adanismo

“Primero te clavan en la pared, como si fueras un insecto, para luego decapitarte”, resume gráficamente un dirigente vasco. Habrá que ver lo que ocurre ahora con la frustrada negociación de Zapatero, ETA, el PSE y Batasuna. Porque la banda es aficionada a filtrar siempre los documentos negociados, por muy custodiados que estén. Y, si no, que se lo digan al PNV cuyo pacto secreto de 1998 acabó filtrado. Ahí supieron sus aliados que, en Estella, había formado con ETA un frente nacionalista y excluyente de la otra mitad de la población vasca. El resultado: el Pacto de Ajuria Enea saltó por los aires.

Ajuria Enea. El Gobierno de Zapatero basó su estrategia en ese acuerdo firmado entre todas las fuerzas políticas, incluida el PP, para lograr la resolución de mayo de 2005 del Congreso. Pero ambos documentos tienen una sutil diferencia: el primero permite la salida negociada con los terroristas arrepentidos, de forma individualizada, mientras que el segundo consagra el final dialogado del terrorismo de la organización ETA.

En estos nueve meses, cuando a Zapatero le preguntaban en privado si estaba seguro de sus interlocutores, él respondía afirmativamente, con una gran convicción. Tras lo cual, muchos políticos se quedaban tranquilos, confiando en el presidente, como ha recordado estos días más de uno. “Hemos pecado de ingenuidad”, reconoce Gaspar Llamazares, líder de IU. Exceso de “adanismo”, diagnostica Aulestia. Creerse Adán, el primero en la Tierra. Y pensar que uno puede pactar con una organización terrorista al completo, aquello que sus antecesores no lo lograron (ni Suárez, ni Felipe González, ni José María Aznar). Pero los terroristas tampoco saldrán indemnes: toda negociación con ETA frustrada termina en una escisión, ya sea del brazo armado o del político. Ésa es otra lección de esta dramática historia.

COMANDOS (KEPA AULESTIA. Diario Vasco)

La pregunta sobre quién manda realmente en ETA sólo permite una contestación: los comandos. Es cierto que se trata de una respuesta demasiado prosaica para que la tengan en cuenta las decenas de observadores, analistas, mediadores o tertulianos que intentan cada día desentrañar los secretos etarras. Lo peor es que tampoco suelen tomarla en consideración los gobiernos cuando tratan de convencer a la banda para que lo deje.

El adanismo propio de cada nuevo gobernante hace que se vea obligado a imaginarse a ETA como a un grupo con cabeza y extremidades, dando por supuesto que las segundas responden fielmente al dictado de la primera.

Frente a la hipótesis que presenta el atentado de Barajas como un golpe dado por Josu Ternera sobre la mesa de negociaciones, o a esa otra hipótesis que situaría tanto la furgoneta-bomba de ayer como el robo de armas en Francia en el capítulo de las acciones descontroladas, sería más recomendable pensar en una situación intermedia.

Ni los comandos alcanzan a dirigir las conversaciones que los interlocutores de ETA pueden mantener con el Gobierno, ni los interlocutores de ETA saben exactamente qué pueden hacer mañana mismo los comandos. Lo que se dibuja no es necesariamente un colectivo indisciplinado. Ocurre que el desconcierto se apodera del colectivo cuando éste intenta adentrarse por un camino distinto al que ha conocido hasta entonces.

La pregunta inicial podría formularse de otra manera: ¿quién ha decidido en ETA las treguas y quién su ruptura? Es permisible que quien se dedique a comentar, sin más, las incidencias del terrorismo etarra soslaye esa doble incógnita o la despeje echando mano de algún estereotipo. Pero un gobierno debe hacérsela muy seriamente antes de intentar siquiera el contacto más inocuo con el entorno de la banda.

La respuesta, por simple que parezca, no puede ser otra: las treguas se abren desde la cúpula y se cierran desde los comandos. Son los terneras los que dan cauce a una vía de diálogo, y los cherokees quienes acaban haciéndolas volar. Claro que cuando los cherokees deciden que se acabó, los terneras no tienen otra opción que asumir la ruptura.

Así, la impresión que queda tanto dentro como fuera de ETA es que ha sido toda ella y de manera jerárquica y disciplinada la que decidió lo uno y su contrario. Una imagen que no se corresponde exactamente con el proceso de decisión real. Digamos que Ternera no pudo más que tragar con la resuelta decisión de los comandos de atentar ayer en Madrid. Y, posiblemente, se acabó Ternera.
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